-
¿Estás ahí?
-
….
-
Sé que me estás escuchando…
-
….
-
Venga, no te hagas la dura y coge el teléfono,
por favor…
-
…
-
Aunque no hables sé que estás pendiente a mis
palabras. ¡Contesta de una vez!
-
…
-
Bueno, está bien, veo que no va a servir de nada
que siga insistiendo, pero esta vez no voy a colgar, me da igual que no me
contestes, necesito decirte esto y tener la seguridad de que te lo estoy
diciendo a ti, así que escucha… - Esperó unos segundos, quizás esperando una
última esperanza en la que ella respondiese al fin. Sin embargo el silencio fue
su única respuesta… – Quieras o no y haya sido como haya sido, tú te has hecho
con una parte de mí, y yo, con una parte de ti. No quise ser egoísta y decidí
no ganarte por completo, sé que puedo hacerlo y no por otra cosa si no porque
creo saber cómo hacerte feliz, creo saber qué y cuándo necesitas escuchar eso de
“todo va a salir bien”, sé o creo saber cuándo necesitas un abrazo e incluso y
no más importante, cuando necesitas un poco de espacio y no tenerme tras de ti.
Poco a poco he ido conociéndote, he ido sabiendo más sobre ti, tu historia, tu
nombre, tus manías, tus gustos y tus disgustos. He estudiado tu mirada y he
sabido reconocerte entre millones de personas más. Mi piel a conocido a tu
piel, mis labios los tuyos… y a pesar de que siempre me opuse a eso de echar de
menos, ellos echan mucho de menos aquellos momentos en los que se cruzaban, se
tocaban, se protegían y se unían de tal forma que parecía no querer separarse
nunca. No me gustó decir nunca te quiero a la primera persona que me dedicaba
algo de su tiempo, siempre esperaba a algo más. Sin embargo, un día me sorprendí
susurrándotelo al oído. Nunca me gustó acostumbrarme a nadie y sin embargo,
cada día me sorprendo esperándote, en la parada, en tu portal, bajo las
escaleras, o a distancia. Odié y odio necesitar de algo, porque me da la
sensación de que a partir de la necesidad, tu felicidad deja de depender de ti
mismo, y eso me asusta. Pero… mírame, piensa… ¿qué sería ahora sin ti? sin tus
besos, sin mis ojos vistos desde los tuyos, sin tu maldita foto en mi cartera.
No te miento tampoco. Estoy convencido de que podría vivir sin ti, pero no
sería como contigo, no sería ni parecido, no valdría la pena tanto el estar
aquí. Soy un tipo frío, desconfiado, con pocas ilusiones, quizás por el pasado…
pero a pesar de todo ello ahora me despierto y te busco dentro de mí, busco tu
sonrisa, esa que me ayuda cuando las cosas van del revés, esa que me protege y
me hace más fuerte. Me da igual que no
me contestes, yo también he tenido días que he querido no cogerte el teléfono ni
saber de ti durante unas horas, no porque te haya dejado de querer, si no
porque te quiero y me daba miedo dejarme llevar por impulsos que acabasen en un
distanciamiento. No sabes lo que me encanta ir contigo a cualquier parte, imaginarme
que estamos solos los dos y que nada más vale que tu compañía. No sé a dónde
vamos, pero yo te sigo. No sé ni siquiera si tú sabes el camino, sólo sé que a
donde vayas, yo iré contigo, por si te pierdes, por si te alejas de tu destino,
por si no sabes regresar…