lunes, 25 de noviembre de 2019

La enfermedad de la mentira.

La enfermedad de la mentira es que tus palabras dejan de tener valor. Tus mensajes no llegan, no calan, no traspasan la piel de la otra persona. La enfermedad de la mentira es autocontagiosa, mentirás más veces para salvar la primera vez que lo hiciste.
Es una enfermedad tan jodida que aumenta su efecto destructivo exponencialmente al tiempo que vive contigo.
Sus síntomas son variados: contradicciones, rodeos, necesidad de ocultar determinados temas de conversación, miedos, inseguridades,...

La enfermedad de la mentira tiene varias fases: la primera es previa a la infección, se da cuando el sujeto que está a punto de infectarse realiza una acción que considera que - en cualquier término - está mal. Tras hacerlo, se sentirá en la necesidad de ocultarlo porque su conciencia no quiere aceptar sus actos. Dados estos hechos, llegará la primera mentira, es decir, la infección.

El virus comienza a expandirse, y dará lugar a nuevas mentiras que tratan de mantener la credibilidad de la primera en algunos casos, o de ocultar nuevos hechos en otros. Llegados a este punto, entramos en la segunda fase del virus, que se caracteriza porque la conciencia del infectado empieza a presionar al sujeto para cortar el círculo vicioso en el que ha entrado. La duración de esta fase puede variar según cada sujeto y según la vida útil de cada mentira, puesto que si se descubre una, el sujeto se verá obligado a tomar medidas antes, ya sea para curar la enfermedad o para no hacerlo y aumentar sus consecuencias finales.

A pesar de la duración definitiva de la fase 2, el virus siempre acaba llegando a su ulterior y tercera etapa. En esta fase, el sujeto infectado admite sus mentiras, primero de forma individual con él mismo, y segundo frente a los demás. Sobre todo, frente a las personas que indirectamente se han visto afectadas por sus mentiras.
Esta fase es la más dura de la enfermedad, puesto que es en la que el sujeto infectado comprende la magnitud de sus actos y ya no encuentra forma ninguna de acallar a su conciencia.
Los efectos secundarios de esta enfermedad son impredecibles y no se puede estimar cuánto tiempo durarán en el sujeto. Habitualmente, cuando el sujeto termina de cerrar la espiral de mentiras, éste experimentará el resto de su vida un miedo intrínseco a volver a mentir, y se convertirá en una persona que incluso a veces, se puede llegar a considerar excesivamente sincera, ya que no tendrá pudor en responder o decir lo que piensa hasta en situaciones donde quizás, es mejor no decir nada.

A menudo, el sujeto necesitará para sentirse curado entablar conversaciones con gente que vuelve a darle credibilidad a sus palabras, a sus mensajes, los cuales tratará durante un largo tiempo de justificar aun cuando nadie dude de su veracidad.
La enfermedad de la mentira se cura llegados a este punto, pero deja una cicatriz invisible en el sujeto que la ha padecido. Esta cicatriz se diferencia del resto de cicatrices por no ser superficial ni externa. A veces, dicha cicatriz es sinónimo de dolor por las personas a las que su enfermedad causó, de igual forma, dolor. Esta cicatriz que se quedará presente en el resto de los días del sujeto recuperado lo mantendrá alejado de la enfermedad para siempre, pero quizás, también, alejado de las personas a las que salpicaron sus mentiras. Estas cicatrices tienen un solo nombre y un solo apellido. Y estas cicatrices, aun sin verse, no desaparecen.

"Me he puesto la vacuna más cara de mi vida. No voy a volver a mentir, ni a tenerla a ella".


domingo, 8 de abril de 2018

Guerra Civil interna


Se me ha olvidado escribir desde que ya no siento. Y escribir así es mentirme a mi mismo, es gastar letras y palabras tratando de explicar un sentimiento que no tengo. Quizás solo es el deseo de sentirlo lo que hace que me siente y escriba de nuevo. Y aquí estoy, intentando utilizar el idioma para descifrarme por dentro.

En los oídos me pongo música y mis dedos bailan por las teclas. Buscando la manera de que alguien también entienda que no hay mayor vacío que éste, el que sientes cuando no crees que sientas.
No sé si os creeríais que llevo cuarenta y dos minutos para escribir 100 palabras. Bloqueado ante una pantalla. Queriendo explicar algo que con palabras no me sale. Y no sé ni siquiera qué es lo que necesito que me pase.

Malos tiempos para enfrentarse a tus miedos. Esos que me susurran que el tiempo pasa y algunos trenes ya no volverán a parar en mi arcén de nuevo. Y soy consciente de que esto tan solo es el inicio de una hecatombe interna que en algún momento se convertirá en guerra.
Guerra civil de sentimientos entre lo que sentí y lo que siento. Entre las sensaciones que un día tuve y que ya no tengo. He perdido toda ética en un amago de egoísmo en busca de vivir lo que creo que me merezco, aunque eso signifique no hacer lo correcto.


domingo, 3 de diciembre de 2017

Encallado.

Encallado en mitad de un pequeño salón, mientras el blanco y el negro poco a poco van ganando al color.
Por la ventana veo pasar las horas, a veces también a tu recuerdo, y lloras.
Porque llorar llora hasta el más valiente, de hecho, he visto hacerlo a más de un superhéroe. Uno tratando de ser fuerte, y nadie te dice que eso solo se consigue a veces.
Humanos vamos a ser siempre, y seremos inmunes al dolor, pero nunca a lo que se siente.
Una parte de ti que se va en diciembre, luego sabes que pasarán muchos años hasta que regrese.

Haciendo un puzle, voy reconstruyéndome, aunque sé que habrá piezas que no encajarán esta vez. Y quizás, ya no lo hagan nunca.
El tiempo olvida, pero nunca cura, y eso te lo puede decir cualquier herida tuya.
Cicatrices que ayer creíste cerradas, es probable que se vuelvan a abrir mañana.

Encallado, en mi lado de nuestro colchón.
Aun respetando tu espacio, como si el hecho de que vuelvas fuese una opción.
Juegas con ventaja desde el día que sabías que contigo yo me sentía mejor.
Ahora todo me es indiferente: tú eres una desconocida, yo sigo ausente.
Por dentro entro en bucle y pierdo la noción. La noción del tiempo que pierdo buscando una razón. Que no es otra razón que la de siempre; yo empeñado en buscar en el pasado un nuevo presente.
Y esa sensación de querer volar aun sabiendo que ya no tengo alas. Antes tampoco las tenía, pero había una diferencia: creía en la magia. Y me sentía en las nubes si tu cuerpo me llevaba.

Stop. Aquí para el camino. De tanto soñar me he quedado dormido. Jugando con la rima en prosa, porque la poesía con su métrica limita demasiado las cosas. Esas cosas que me gustaría contarte, pero que ya sé que para ti nunca serán lo suficientemente interesantes.


miércoles, 30 de agosto de 2017

Septiembre

Antes del portazo, se te olvidó dejar las instrucciones en la mesa sobre cómo olvidar. 
Recogiste tus cosas y me dejaste allí como si yo ya no fuese una parte de ti.
Ahora no dejo de pelearme con tu recuerdo, él dice que mientras tú no llegues, él no se va. Yo le pido que me deje, me basta con no pensar. Pero siempre se hace el loco y me pregunta: "¿Y ella? ¿Dónde está?"

¿Y qué le respondo? Si no sé a dónde fuiste, ni tampoco dónde estás. Y sigo con esa estúpida manía de buscarte al despertar. Como si al girarme tú estuvieses ahí, durmiendo, sin hacer ruido al respirar.
Por la calle me cruzo con tu perfume y me pongo a temblar. Si voy acompañado siempre digo que es porque tengo frío. Cuando sea verano, no sé qué excusa me podré inventar...

Puedo buscar en otros labios, enredarme en otra piel, pero...¿para qué? Si lo que encuentro en ti en nadie más.... Lo sé. 
Mucho me temo que para este mareo de recuerdos, no existe Biodramina, ¿qué te voy a decir? Si solo a ti puedo considerarte compañía.

Quizás no termine de aceptarlo, pero te sigo esperando. Mirando el calendario, a ver si hay un día que rodeo y no tacho. Y es que no recuerdo la última vez, que tus labios y los míos se querían morder.
Pero muérdeme, cómeme de un bocado, que quiero ser tu mejor postre y tu primer plato. Quiero que no dejemos de besarnos, como si el mundo se acabara justo en el segundo siguiente, y tú a mi lado.

Me encantaba descubrir constelaciones en tu espalda, y mirarte con ojeras y cansada, pero guapa. Porque tú siempre estás guapa.
No me creías cuando te decía que tu sonrisa me ganaba día a día. Y ya ves si me ganó que aún la pienso... la pienso, y sonrío también yo.

Pero no puedo admitir que te perdí o que tú me perdiste. Aunque, ¿qué más da? Si ya la culpa la tengo por todo el tiempo que perdimos discutiendo.
Al fin y al cabo todo se resume en un: ¿Me echas de menos? 
Si quieres no contestes... pero yo, si te soy sincero, me muero por verte. Y ya lo sabes, que mi orgullo es así de duro, pero he pensado que antes de perderte a ti, lo pierdo a él que es un capullo. 

Ojalá algún día, entre calada y calada, o entre copa y copa, recuerdes vagamente nuestra historia. Recuerdes cuando te decía, que si tenías miedo, solo tenías que agarrarme fuerte. 
Y tan fuerte, como el sentimiento de nostalgia, la impotencia de no poder tenerte, que llega septiembre y luego el frío, pero mi única certeza es que ya, mis brazos, no serán tu abrigo.

sábado, 26 de agosto de 2017

Ahora, eres poesía (#AmoresDeVerano)

Eres. O quizás somos.
Partiendo de que no sé nada de nosotros, puedo contarte algún secreto. Puedo contarte diez lunares, o puedo fingir mis nervios. 
No vamos a ninguna parte y es esa incertidumbre la que nos une con más fuerza. Porque este camino no tiene destino, pero la compañía es más que suficiente para seguir recorriéndolo aunque, al final, todo haya sido para acabar donde empezamos, o para acabar en algún que otro lado. Qué más da dónde.

Aunque, supongo que esa es la ventaja de no tener una ruta predeterminada. De no saber exactamente a dónde vamos. Que así nunca nos perderemos, pues solo el que tiene un destino puede perderse. 
Una vez leí que quien escribe las cosas claras pierde la oportunidad de atrapar a quien lo lee, y es cierto. Por eso hoy he encendido este cigarro, para que el humo entorpezca la visión de lo que quiero contarte. 
Y apurando esta calada te cuento que hay noches que sin saber porqué te cuestionas absolutamente todo. Y hoy es una de esas noches. Una de esas noches de verano.
Porque tengo la manía de respetar un hueco en mi cama en el que cabrías perfectamente, aunque sé que al menos hoy, no vendrás.
Porque el saber que no te tengo pero que a la vez sí puede llegar a confundirme un poco. Pero yo no quiero tenerte. Yo quiero que dentro de tu libertad me sigas eligiendo a mi. Y no quiero más futuro que mañana, pero quiero que hoy me digas que mañana seguiré siendo yo y no otro. Que yo no entiendo esa estúpida medida del tiempo, pero si me dan a elegir hoy, me quedo contigo.

Me quedo contigo porque no necesitamos tener las cosas claras. Porque tengo mil porqués que si quieres un día, con más tiempo, y quizás con un café puesto en la mesa de algún bar perdido, te detallaré con más atención.
Porque a parte de esa lista de razones, tengo otras listas distintas de las que nunca te he hablado. Que hay ciertas canciones que llevan tu nombre, y que no hay una sola noche que no aparezcas aunque sea un segundo, entre esos planes que imaginas y que puede que quizás nunca se cumplan. Pero en ello estamos, ¿no?
Que hay gestos tuyos que se reproducen en modo aleatorio en mi cabeza, y ahí están, como en un bucle, que me hace sonreír a veces. Pensarás: '¡Qué estúpido!'. Pero ojalá todas las estupideces sean como esa.
Que hay citas que leo en libros, y que hay versos que encajan a la perfección contigo, y es ahí cuando me voy dando cuenta, de que ya no eres letras desordenadas. Ahora, eres poesía.
Pero dentro de nuestro desorden, y de nuestro orden, hay algo que no cambia: el echarte de menos.
Y es que pueden pasar cinco minutos, como una semana, que ya van asomando las patas las ganas. Esas ganas que me llaman a la puerta, y siempre voy corriendo a abrirla porque es imposible ignorarlas.

Le pido al músico del bar en el que estoy que toque un tema, mientras en una de las servilletas escribo un par de frases que se me han venido a la cabeza.
Y suena el saxofón y el piano, y yo arrugo la tinta hasta hacerla una bola y tirarla al suelo, porque no quiero seguir escribiendo, porque ya no tengo más qué decir.
Porque falta tu pelo en la escena, y falta que llenes el sitio opuesto al mío.
Que me saques una de esas conversaciones que se acaban entre miradas a la nada, y que luego vuelven sin preguntar en qué hemos estado pensando en esos segundos de descanso que nos damos, casi sin querer.
Si tenemos fecha de caducidad no me la digas, que no quiero saberla, me gusta más lo de vivir al segundo, y en este segundo lo que cuenta, es que tu mirada ahora busca la mía, y que mis manos prefieren pasear entrelazadas a las tuyas.
Me queda tanto por saber de ti, y aún así no será ni la mitad de lo que no llegue a saber nunca. Pero no importa, ese misterio es el que atrapa, y esos son los detalles de los que poco a poco nos daremos cuenta que nos tienen atados de una u otra manera.
Me pido algo, porque ya voy a dejar de escribir. Y espero al camarero antes de poner cualquier punto y final. Espero, solo para decirte, que ahora vuelvo a creer en la magia, y que para mi ahora, la magia, eres tú.

Al trasluz (#AmoresDeVerano)

Me desperté esta mañana con tu letra escrita en un trozo de papel arrugado. Me decías, con trazos firmes al principio, que habías soñado conmigo, y conforme me contabas ese sueño tu letra se volvía más pequeña y menos legible, como si pretendieses que no la pudiese entender, pero necesitaras irte sabiendo que la habías escrito...

"Esta noche he soñado contigo. He soñado algo que me ha hecho levantarme nerviosa y quizás han sido justo esos nervios los que he intentado canalizar escribiéndote esto. Después de soñar algo que me parecía tan real y despertar y verte a mi lado durmiendo, no he podido evitar quedarme mirándote. El sol entraba por los diminutos agujeros de la persiana y dejaban tu cara iluminada a lunares, esos que cuento por tu espalda cuando no puedo dormirme y te giras abrazando tu trozo de la almohada. El sueño del que te hablo me llevaba a un bar de estilo antiguo, con música de los noventa. Yo esperaba en la mesa a que tú llegaras para contarte la noticia más importante que jamás te había dado. Estaba impaciente por verte, estaba impaciente porque me dieras unos de esos besos tuyos que sirven para tranquilizarme a veces, y para todo lo contrario otras. Ya lo tenía todo pensado, ya había ordenado cuidadosamente las palabras en mi cabeza y había elegido el tono con el que te diría...".

Dejé de entender la letra. Los trazos estaban tan juntos que las palabras se doblaban unas a otras y era imposible comprender nada. Seguía entrando el sol por la ventana y yo seguía buscándolo, con la hoja entre las manos, a ver si la claridad me ayudaba a descifrar aquel laberinto de palabras.
¿Qué me tenías que decir? De repente me di cuenta al respirar hondo que la habitación aún olía a ti. Me quedé con ese olor y los ojos cerrados. Entonces recordé algo. Anoche te noté rara. Mientras cenábamos hubo muchos silencios cuando nosotros, lo de quedarnos callados, siempre lo hemos dejado para otras circunstancias. Tu mirada se perdía al vaso muchas veces, y no te pediste lo de siempre. Te pasaba algo, pero no me di cuenta. Estaba demasiado pendiente en contarte cosas interesantes con las que no aburrirte. Aunque, no creo que ese haya sido el motivo de tu huida. No creo que te hayas ido porque te he aburrido. Nunca nos hemos aburrido en este tiempo. 

Me levanté de la cama y vi tirado tu pintalabios justo en la entrada de casa, debajo de la percha, como si se te hubiese caído del bolso. Intenté recordar si anoche lo tiraste cuando, nada más abrir la puerta de casa, te arramplé a besos hasta el cuarto y dejaste el bolso mal colgado. Pero no me fijé en ese detalle. Estaba pendiente en desabrochar cada botón de tu camisa. En estar tan cerca que nuestra respiración hiciera el relevo la una a la otra. En leer tu piel con mis manos como si yo fuese ciego y tú, desnuda, un sistema braille.

Era verano y se notaba en cada rincón de la casa. El calor comenzaba a hacerme sudar. ¿Qué me tenías que decir? Busqué mi móvil con la mirada y lo localicé en la mesita de noche. Marqué tu número casi sin mirar el teclado y pulsé el botón de llamar. No respondías.
Me daba pánico pensar en la posibilidad de que algo malo te hubiese pasado. También en si no volvería a verte.

Fui al baño. Aún seguía tu cepillo de dientes junto al mío. También tu neceser con las cosas del maquillaje. Abrí el grifo y me eché agua en la cara. Cuando levanté la mirada, noté como mi reflejó también te estaba buscando.

Caminé hasta el salón aún descalzo. Con las manos en jarras hice una panorámica, desde el balcón hasta el sofá. Nada parecía estar fuera de su sitio. Quise asomarme por el balcón, recorrí visualmente la calle. Algunas personas caminaban por la acera y una moto de reparto rompió el relativo silencio que guardaba la calle.

Regresé a la habitación y me volví a sentar en la cama. Sostuve aquel papel arrugado. Releí la carta. La volví a leer. Por cuarta vez, deambulé mentalmente por aquellas líneas: “Esta noche he soñado contigo…”.

De pronto, algo llamó mi atención. Al trasluz, se podía vislumbrar unas palabras sobrepuestas en aquel párrafo inentendible del final. Corrí hasta la cocina, tomé un mechero, y regresé a la habitación. Encendí el mechero. Iluminé el papel. Entendí una ‘q’, una ‘u’… ‘Quieres’. La siguiente palabra empezaba por ‘c’, seguía por ‘a’… ¡Casarte! Y, para acabar, la última palabra era: ‘conmigo’.

No me lo podía creer. La felicidad me inundó por completo. Miré al techo y sonreí como si me fuera la vida en ello. De repente escuché el ruido del ascensor. ¿Serías tú? Dejé la carta en el mismo sitio que la encontré, justo en el suelo de la habitación, y me volví a tumbar en la cama haciéndome el dormido. La puerta del piso se abrió. Entraste sin hacer mucho ruido, pero te noté apresurada. Gracias a tu respiración y a tus pasos supe que estabas entrando en el cuarto. Estuviste unos segundos parada. Luego te volviste a mover. Escuché arrugarse el papel, por lo que supe que lo estabas cogiendo. Yo seguía fingiendo que dormía, manteniendo los ojos cerrados. Y cuando ya no podía aguantar las ganas de comerte a besos, los abrí.
Sin embargo, cuando lo hice ya estabas de espaldas, saliendo de la habitación. Y antes de que pudiese reaccionar, volviste a salir de casa. Te llevaste aquel papel contigo. Yo me levanté y corrí al balcón. Te vi salir del portal. Caminaste unos pasos. Había un hombre esperándote. Abrí la ventana para poder ver y escuchar mejor. Le enseñaste aquel papel arrugado. Él se llevó un rato leyéndolo. Luego lo puso al trasluz. Y os besasteis.

Nunca más volví a saber de ti.








miércoles, 26 de julio de 2017

No hay peor enemigo, que el que nunca lo fue

Otra noche más viene el insomnio a preguntarme por ti. No puedo decirle cómo estás, porque ni siquiera lo sé... No sé si lo que reflejas es la realidad, o solo estás fingiendo.
No puedo no pensar en cómo te sientes. En cómo te lo estás pasando. En si te acuerdas de mi, o si no, y cuánto...
Y eso que hace tiempo que no disfruto pensándote. No lo hago, porque cuando vienes a mi mente nunca es para darme paz. Estás mirándome en mi cabeza, y me incómoda la situación.
Supongo que se acabaron las treguas, que estamos en guerra. Y supongo que cuando regreses lo harás con todo tu arsenal. No sé qué estrategia seguirás si es que seguirás alguna. Ni tampoco sé dónde colocar mis trincheras.
Y es que no hay peor enemigo, que el que nunca lo fue.

No voy a mentirte, no estoy preparado. Y no lo estoy porque me siento incapaz de dispararte, ni tampoco sé cómo defenderme. Estoy en ese punto intermedio que no acaba de decidirse por ningún polo y, que al final, ante la duda, se mantiene siempre en la misma posición.

Lo peor es que creo saber qué viene a continuación. Y lo que viene, no va a ser agradable. Sobre todo para mi.
Llevas herida tanto tiempo que empiezas a hacerte inmune al dolor. Seguramente ahora estés excavando en tu pasado, buscando esa otra felicidad, la que sentías antes de sentirla conmigo. Esa felicidad que no viene dada por una sola persona, sino por un cúmulo de motivos y razones.
Ahora querrás reencontrarte con todo aquello que, queriendo o sin querer, dejaste algo apartado. Y lo harás. Vivirás varios días en los que tu mente rechace cada ápice de culpa, cada porción de conciencia. Apartará toda sensación que te lleve al punto en el que estabas antes de que todo esto empezase. Y lo que empieza es el principio del fin, como dirían algunos.
Ahora buscarás la sustitución. Cambiar una pieza por otra. O varias.

Entras en esa fase en la que cualquier cosa es buena siempre que te ayude a no pensar. Y creerás vivir bien así. Y empezarás a sentirte ganadora de esta guerra en la que yo, aún, no he conseguido posicionarme. En la que asumo mi culpa en el inicio del conflicto, pero sin olvidar que una disputa entre dos no comienza solo por una de las partes.

Y también soy yo el que mira atrás y nos ve en la boca del callejón en el que, sin darnos cuenta, nos fuimos metiendo. Hemos recorrido tanto el mismo trayecto que no vemos la luz al otro lado.
Fuimos dos inconscientes, y ahora, tras todo este tiempo, tú y yo somos dos personas totalmente diferentes. Ya no somos los que se metieron en ese callejón sin ser conscientes de dónde estaban. Ahora somos los que se han dado cuenta de dónde están y necesitan encontrar una salida.

Sé que crees haber vivido una mentira. Sé que tu confianza está tan dañada que solo la pérdida de memoria podria recomponerla. Pero también sé que la balanza que nos sostiene no solo está cediendo en mi lado. También lo hace en el tuyo, y también lo hizo tiempo atrás.
Ahora que esta guerra de dos da claros indicios de ir en serio, necesito resguardarme de tus ataques, al menos, hasta que piense si atacar yo, o defenderme primero.
Lo primero será quererme de nuevo. Lo siguiente, olvidar cualquier pista, cualquier huella, que me lleve a responder ciertas preguntas que prefiero olvídar antes de saber sus respuestas. Y por supuesto, y lo más difícil, llenarme de fuerza, llenarme de valor, para cuando llegue el día en el que mis ojos vean lo que mi mente ya sabe.