Es una enfermedad tan jodida que aumenta su efecto destructivo exponencialmente al tiempo que vive contigo.
Sus síntomas son variados: contradicciones, rodeos, necesidad de ocultar determinados temas de conversación, miedos, inseguridades,...
La enfermedad de la mentira tiene varias fases: la primera es previa a la infección, se da cuando el sujeto que está a punto de infectarse realiza una acción que considera que - en cualquier término - está mal. Tras hacerlo, se sentirá en la necesidad de ocultarlo porque su conciencia no quiere aceptar sus actos. Dados estos hechos, llegará la primera mentira, es decir, la infección.
El virus comienza a expandirse, y dará lugar a nuevas mentiras que tratan de mantener la credibilidad de la primera en algunos casos, o de ocultar nuevos hechos en otros. Llegados a este punto, entramos en la segunda fase del virus, que se caracteriza porque la conciencia del infectado empieza a presionar al sujeto para cortar el círculo vicioso en el que ha entrado. La duración de esta fase puede variar según cada sujeto y según la vida útil de cada mentira, puesto que si se descubre una, el sujeto se verá obligado a tomar medidas antes, ya sea para curar la enfermedad o para no hacerlo y aumentar sus consecuencias finales.
A pesar de la duración definitiva de la fase 2, el virus siempre acaba llegando a su ulterior y tercera etapa. En esta fase, el sujeto infectado admite sus mentiras, primero de forma individual con él mismo, y segundo frente a los demás. Sobre todo, frente a las personas que indirectamente se han visto afectadas por sus mentiras.
Esta fase es la más dura de la enfermedad, puesto que es en la que el sujeto infectado comprende la magnitud de sus actos y ya no encuentra forma ninguna de acallar a su conciencia.
Los efectos secundarios de esta enfermedad son impredecibles y no se puede estimar cuánto tiempo durarán en el sujeto. Habitualmente, cuando el sujeto termina de cerrar la espiral de mentiras, éste experimentará el resto de su vida un miedo intrínseco a volver a mentir, y se convertirá en una persona que incluso a veces, se puede llegar a considerar excesivamente sincera, ya que no tendrá pudor en responder o decir lo que piensa hasta en situaciones donde quizás, es mejor no decir nada.
A menudo, el sujeto necesitará para sentirse curado entablar conversaciones con gente que vuelve a darle credibilidad a sus palabras, a sus mensajes, los cuales tratará durante un largo tiempo de justificar aun cuando nadie dude de su veracidad.
La enfermedad de la mentira se cura llegados a este punto, pero deja una cicatriz invisible en el sujeto que la ha padecido. Esta cicatriz se diferencia del resto de cicatrices por no ser superficial ni externa. A veces, dicha cicatriz es sinónimo de dolor por las personas a las que su enfermedad causó, de igual forma, dolor. Esta cicatriz que se quedará presente en el resto de los días del sujeto recuperado lo mantendrá alejado de la enfermedad para siempre, pero quizás, también, alejado de las personas a las que salpicaron sus mentiras. Estas cicatrices tienen un solo nombre y un solo apellido. Y estas cicatrices, aun sin verse, no desaparecen.
"Me he puesto la vacuna más cara de mi vida. No voy a volver a mentir, ni a tenerla a ella".