Encallado en mitad de un pequeño salón, mientras el
blanco y el negro poco a poco van ganando al color.
Por la ventana veo pasar las horas, a veces también a tu
recuerdo, y lloras.
Porque llorar llora hasta el más valiente, de hecho, he
visto hacerlo a más de un superhéroe. Uno tratando de ser fuerte, y nadie te
dice que eso solo se consigue a veces.
Humanos vamos a ser siempre, y seremos inmunes al dolor,
pero nunca a lo que se siente.
Una parte de ti que se va en diciembre, luego sabes que
pasarán muchos años hasta que regrese.
Haciendo un puzle, voy reconstruyéndome, aunque sé que
habrá piezas que no encajarán esta vez. Y quizás, ya no lo hagan nunca.
El tiempo olvida, pero nunca cura, y eso te lo puede
decir cualquier herida tuya.
Cicatrices que ayer creíste cerradas, es probable que se
vuelvan a abrir mañana.
Encallado, en mi lado de nuestro colchón.
Aun respetando tu espacio, como si el hecho de que
vuelvas fuese una opción.
Juegas con ventaja desde el día que sabías que contigo yo
me sentía mejor.
Ahora todo me es indiferente: tú eres una desconocida, yo
sigo ausente.
Por dentro entro en bucle y pierdo la noción. La noción
del tiempo que pierdo buscando una razón. Que no es otra razón que la de
siempre; yo empeñado en buscar en el pasado un nuevo presente.
Y esa sensación de querer volar aun sabiendo que ya no
tengo alas. Antes tampoco las tenía, pero había una diferencia: creía en la magia.
Y me sentía en las nubes si tu cuerpo me llevaba.
Stop. Aquí para el camino. De tanto soñar me he quedado
dormido. Jugando con la rima en prosa, porque la poesía con su métrica limita
demasiado las cosas. Esas cosas que me gustaría contarte, pero que ya sé que para ti nunca serán lo suficientemente interesantes.
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