sábado, 26 de agosto de 2017

Al trasluz (#AmoresDeVerano)

Me desperté esta mañana con tu letra escrita en un trozo de papel arrugado. Me decías, con trazos firmes al principio, que habías soñado conmigo, y conforme me contabas ese sueño tu letra se volvía más pequeña y menos legible, como si pretendieses que no la pudiese entender, pero necesitaras irte sabiendo que la habías escrito...

"Esta noche he soñado contigo. He soñado algo que me ha hecho levantarme nerviosa y quizás han sido justo esos nervios los que he intentado canalizar escribiéndote esto. Después de soñar algo que me parecía tan real y despertar y verte a mi lado durmiendo, no he podido evitar quedarme mirándote. El sol entraba por los diminutos agujeros de la persiana y dejaban tu cara iluminada a lunares, esos que cuento por tu espalda cuando no puedo dormirme y te giras abrazando tu trozo de la almohada. El sueño del que te hablo me llevaba a un bar de estilo antiguo, con música de los noventa. Yo esperaba en la mesa a que tú llegaras para contarte la noticia más importante que jamás te había dado. Estaba impaciente por verte, estaba impaciente porque me dieras unos de esos besos tuyos que sirven para tranquilizarme a veces, y para todo lo contrario otras. Ya lo tenía todo pensado, ya había ordenado cuidadosamente las palabras en mi cabeza y había elegido el tono con el que te diría...".

Dejé de entender la letra. Los trazos estaban tan juntos que las palabras se doblaban unas a otras y era imposible comprender nada. Seguía entrando el sol por la ventana y yo seguía buscándolo, con la hoja entre las manos, a ver si la claridad me ayudaba a descifrar aquel laberinto de palabras.
¿Qué me tenías que decir? De repente me di cuenta al respirar hondo que la habitación aún olía a ti. Me quedé con ese olor y los ojos cerrados. Entonces recordé algo. Anoche te noté rara. Mientras cenábamos hubo muchos silencios cuando nosotros, lo de quedarnos callados, siempre lo hemos dejado para otras circunstancias. Tu mirada se perdía al vaso muchas veces, y no te pediste lo de siempre. Te pasaba algo, pero no me di cuenta. Estaba demasiado pendiente en contarte cosas interesantes con las que no aburrirte. Aunque, no creo que ese haya sido el motivo de tu huida. No creo que te hayas ido porque te he aburrido. Nunca nos hemos aburrido en este tiempo. 

Me levanté de la cama y vi tirado tu pintalabios justo en la entrada de casa, debajo de la percha, como si se te hubiese caído del bolso. Intenté recordar si anoche lo tiraste cuando, nada más abrir la puerta de casa, te arramplé a besos hasta el cuarto y dejaste el bolso mal colgado. Pero no me fijé en ese detalle. Estaba pendiente en desabrochar cada botón de tu camisa. En estar tan cerca que nuestra respiración hiciera el relevo la una a la otra. En leer tu piel con mis manos como si yo fuese ciego y tú, desnuda, un sistema braille.

Era verano y se notaba en cada rincón de la casa. El calor comenzaba a hacerme sudar. ¿Qué me tenías que decir? Busqué mi móvil con la mirada y lo localicé en la mesita de noche. Marqué tu número casi sin mirar el teclado y pulsé el botón de llamar. No respondías.
Me daba pánico pensar en la posibilidad de que algo malo te hubiese pasado. También en si no volvería a verte.

Fui al baño. Aún seguía tu cepillo de dientes junto al mío. También tu neceser con las cosas del maquillaje. Abrí el grifo y me eché agua en la cara. Cuando levanté la mirada, noté como mi reflejó también te estaba buscando.

Caminé hasta el salón aún descalzo. Con las manos en jarras hice una panorámica, desde el balcón hasta el sofá. Nada parecía estar fuera de su sitio. Quise asomarme por el balcón, recorrí visualmente la calle. Algunas personas caminaban por la acera y una moto de reparto rompió el relativo silencio que guardaba la calle.

Regresé a la habitación y me volví a sentar en la cama. Sostuve aquel papel arrugado. Releí la carta. La volví a leer. Por cuarta vez, deambulé mentalmente por aquellas líneas: “Esta noche he soñado contigo…”.

De pronto, algo llamó mi atención. Al trasluz, se podía vislumbrar unas palabras sobrepuestas en aquel párrafo inentendible del final. Corrí hasta la cocina, tomé un mechero, y regresé a la habitación. Encendí el mechero. Iluminé el papel. Entendí una ‘q’, una ‘u’… ‘Quieres’. La siguiente palabra empezaba por ‘c’, seguía por ‘a’… ¡Casarte! Y, para acabar, la última palabra era: ‘conmigo’.

No me lo podía creer. La felicidad me inundó por completo. Miré al techo y sonreí como si me fuera la vida en ello. De repente escuché el ruido del ascensor. ¿Serías tú? Dejé la carta en el mismo sitio que la encontré, justo en el suelo de la habitación, y me volví a tumbar en la cama haciéndome el dormido. La puerta del piso se abrió. Entraste sin hacer mucho ruido, pero te noté apresurada. Gracias a tu respiración y a tus pasos supe que estabas entrando en el cuarto. Estuviste unos segundos parada. Luego te volviste a mover. Escuché arrugarse el papel, por lo que supe que lo estabas cogiendo. Yo seguía fingiendo que dormía, manteniendo los ojos cerrados. Y cuando ya no podía aguantar las ganas de comerte a besos, los abrí.
Sin embargo, cuando lo hice ya estabas de espaldas, saliendo de la habitación. Y antes de que pudiese reaccionar, volviste a salir de casa. Te llevaste aquel papel contigo. Yo me levanté y corrí al balcón. Te vi salir del portal. Caminaste unos pasos. Había un hombre esperándote. Abrí la ventana para poder ver y escuchar mejor. Le enseñaste aquel papel arrugado. Él se llevó un rato leyéndolo. Luego lo puso al trasluz. Y os besasteis.

Nunca más volví a saber de ti.








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