sábado, 7 de febrero de 2015

1977. Mi revolución.

Corría el año de 1977 y bajo mi piel unos diecinueve años rebeldes. Encendí la bengala que estalló en mi mano dejando un rastro de humo rojo, que lejos de ahogarme me hacía sentir más vivo.
Confundieron los códigos aquellos guardias que de repente lanzaron pelotas de goma contra nosotros, jóvenes de universidad que defraudados por el sistema tan solo mostrábamos nuestro descontento de forma pacífica.
Yo corrí con aquella luminaria sujetada con mi mano derecha. Algunos cayeron y fueron pisados por aquellos otros que se hacían llamar "cuerpos de seguridad del Estado", aunque en aquel momento evocaron a todo menos a la seguridad.
Gritaba con todas mis fuerzas aunque con el estruendo no era capaz de escuchar mi propia voz. Recuerdo que seguía tus pasos, no quería perderte de vista, pero no era fácil. El miedo empezó a olerse pronto.
Aparecieron para echarnos, pero cuando estábamos dispuestos a irnos no nos dejaron huir. De repente tropezaste y caíste violentamente contra el suelo.
Frené a pesar de los pasos cercanos de un miembro de la ESMAD y me arrodillé a tu lado tratando de levantarte rápidamente, pero no podías.
Una pelota de goma alcanzó mi rodilla y caí fulminado al lado tuya.
Entonces miré el cielo. Boca arriba y fumigados por bengalas. El humo no me dejaba verte con claridad, pero te cogí la mano.
De repente comenzaste a reír, creo que prisa del pánico, o porque siempre habías estado un poco loca.
Sin embargo y a pesar de que mi rodilla me dolía a rabiar, comencé a reír yo también. El asfalto que soportaba nuestras espaldas no era tan incómodo como pudiese parecer. Y ardía, pero no quemaba.
Era mayo y Madrid, pero aquello podría ser diciembre y Belgrado. A mi me hubiera dado igual, estaba a tu lado.
Tu dedo índice bailaba por la palma de mi mano y respiré hondo, llenando de polvo y ceniza mis pulmones.
Tosí pero seguí riendo, tú tampoco parabas de hacerlo. "¿Por qué nos disparan?" Gritó otro de los manifestados al lado mía, y tú contestaste en mi oído "Disparan porque nos tienen miedo". Aquella frase me sonó a chiste, porque posiblemente no habría en Madrid aquella tarde alguien más asustado que yo, o que tú.
Una pancarta era consumida en el suelo producto de las llamas. Nuestras armas eran las palabras pero las suyas hacían más ruido.
Y entonces alguien te zarandeó desde el suelo. Y te forzaron a ponerte de pie mientras tú dejaste de reír y empezaste a revolverte con vehemencia. Hice un esfuerzo por levantarme, les chillé: "¡cabrones, hijos de puta!" Y me cogieron a mi también.
Me asestaron dos golpes en la cara con una porra. A ti te sujetaron las manos con una brida.
Nos pasearon por aquella calle sumida en el caos hasta un furgón en el que nos montaron junto a otros jóvenes. Tú apoyabas la cabeza en el vidrio y nos pusimos en marcha. Me mirabas a los ojos y yo a ti también, aunque a veces los cerrase para contener el dolor.
Te separaste del resto para rozar mis labios agrieteados con los tuyos más enteros, y me susurrabas al oído que dejase de temblar. Y te prometo que lo intenté.
Antes de bajarnos nos dijeron que éramos la escoria de España. Tú volviste a reír.
Una vez allí nos separaron y no supe más de ti. No volví a escuchar tu risa alocada, ni tu voz inconformista.
Y sí, nos tenían miedo, y por eso dispararon. ¿Y qué hicimos mal? ¿Expresarnos?
La cicatriz del labio todavía me sabe a ti cuando me miro en el espejo, y tus tres lunares alineados en el cuello que te vi cuando intentaste librarte de los que te oprimían los he recordado uniéndolos con una línea invisible en mi cabeza.
Fui de los que siempre creyó en las señales, y la que me dejaron en la rodilla aún me pregunta por ti.
Sin embargo no he vuelto a encender una bengala ni he vuelto a acudir a ninguna otra manifestación.
Tampoco es que hayan cambiado mis ideales, ni me he vuelto un cobarde.
Pero perdona si no entiendo la rebelión sin ti, porque mi revolución es contigo.