miércoles, 5 de agosto de 2015

¿Por qué se nos enfría el café por las mañanas?

Quizás sea por esa estúpida manía de dejar pasar a la rutina más allá del recibidor. La tratamos bien e incluso nos gusta; hasta que aburre. Hasta que el aroma del café recién hecho tropieza al subir por las escaleras, y nunca llega a la planta de arriba.

Los botones desabrochados por inercia han perdido la gracia. Y no me interesan miradas cómplices que también son cómplices con otros ojos.

Lo quiero todo ahora. Lo he querido todo siempre. Pero la rutina no.

Y el problema no es que se enfríe el café por las mañanas. El problema es que cada día el café amanece encima de la mesa, asumiendo que él será nuestra elección hoy. Extinguimos otras opciones. ¿Y Por qué? ¿Por miedo?
Lo desconocido asusta. Y lo que no, si no es bueno, aburre.

No quiero que seas para siempre, lo efímero me tira más. Nos enseña a valorar las cosas, y a apreciar el tiempo. Y si lo efímero se hace eterno, que se haga sin prometer serlo. Que dure para siempre pero siempre creyendo que no durará más que un momento.
Prometerte al tiempo es esclavizarte a él. No nos hagamos presos todavía. Aún creo en la libertad. Y más, si es compartida.

La guillotina nos espera a la vuelta de la esquina y yo me entretengo haciéndote surcos en tu piel con mis dedos. Y mientras avancemos no me grites lo que se avecina, no me expliques el peligro. Porque si la única forma de sobrevivir hoy es quedarnos quietos, prefiero no sobrevivir, y correr a lo que traiga el destino.

Es la única forma de sortear el aburrimiento, el café de por las mañanas, y la inercia de la rutina. Avanzar. Contigo. Sin miedo a que un cambio desequilibre nuestro equilibrio. Porque quizás, a nosotros, nos sienta mejor el desorden.