Supongo, porque no estaba, que ayer en París olía a fiesta y
se respiraba ambiente de partido. Supongo, porque no estaba, que se escuchaban
risas desde la terraza del Bonne Bière y
buena música en Le Bataclan. Que
paseaban niños por la calle Charonne,
que había proyectos de regalos para esta navidad en el centro comercial Les Halles, y a buen seguro en Le Carillon, algún par de enamorados
tomaban algo pensando en que tenían enfrente a la mejor compañía posible para
un viernes por la noche.
Supongo, porque no estaba, que lo que vino después rompió la
fiesta y el ambiente de partido. Que las risas tornaron en gritos y la buena
música en un compás de balas perdidas que tenían la mala costumbre de encontrar
a cuerpos inocentes. Que los proyectos de regalos de navidad se quedaron en
meros proyectos que quizás ya, jamás se cumplan, y que espero que a aquellos
dos enamorados les dieran tiempo de esconderse, de salir corriendo, o de
sortear la pólvora que, sin tener porqué, iba contra ellos.
Ayer no solo se interrumpió una noche de viernes en París.
Ayer se interrumpieron sueños y metas. Se interrumpieron años, infancias,
madurez y vejez. Se interrumpieron palabras, pestañeos, caricias y miradas. Se interrumpieron,
para no volver jamás, vidas. Ayer explotaron en Francia personas inocentes, y
quizás algún explosivo. Y lo escribo así porque lo único que importa aquí es lo
primero.
Cuesta realmente pensar que una mano, de carne y hueso como
las nuestras, como las de las personas que arrebataban la sala de fiestas ayer
en París, o como las de las personas que se disponían a cenar en uno de los
restaurantes sorprendidos por el tiroteo, fuese la que estuviesen apretando el
gatillo de una Kaláshnikov desde el otro lado. Que un cerebro compuesto por lo
mismo que el nuestro, hubiese creído lógico matar a iguales por una religión, por
un ideal, o por lo que sea. Que hubiese tenido la templanza de sostener aquel
fusil entre sus manos, y mientras apretaba el gatillo gritar a los cuatro
vientos, casi camuflado por los disparos, "Alahu Akbar" ("Alá es
el más grande"). Y que esto no solo lo hubiese hecho una vez, sino
reiteradas veces, hasta descargar su arma, y volverla a recargar para volver a
gastarla de nuevo, al igual que se gastaba todo lo demás.
No sé a dónde habrán ido a parar todas las cosas que querían
hacer y ya no harán las cien personas que se encontraron ya sin vida en Le Bataclan.
No sé tampoco qué será de esos últimos pensamientos que dedicarían antes de ver
como les quitaban su propia vida delante de sus propios ojos; ojos que ya no
volverán a abrirse. Y yo no estuve allí, yo ni los conocía, ni si quiera sé sus
nombres. Pero sí sé que son personas, y que quienes les dispararon no lo eran.
Anoche ni una gota de sangre debió salpicar las aceras ni un
solo cadáver reposar sobre éstas. Anoche nada de lo que pasó debió haber pasado.
Por eso, yo hoy soy París. Y porque mañana, París, puede ser España, Portugal,
Grecia,... Occidente.