martes, 26 de julio de 2016

Hoy no salieron las estrellas, y tuvimos que pintarlas.

Hoy no salieron las estrellas y tuvimos que pintarlas. En la oscuridad fuimos dos siluetas algo inquietas, que se buscaban al contraluz de una ventana.

No podíamos vernos pero sabíamos que estábamos ahí, y si extendíamos los brazos podíamos rozarnos. En cinco minutos nuestros ojos se acostumbrarían y no pareceríamos dos ciegos tratando de buscarse guiados solo por el único sentido que nos falta. Sin embargo, esos cinco minutos eran los únicos que nos interesaban. La magia residía en ese instante, en aquel momento en el que tus sentidos se anulaban, y sin embargo no perdías el rumbo.
Pero esperaste. No te moviste. Observaste mi figura oscura que, poco a poco, se iba haciendo clara a tus ojos en medio de la oscuridad. Y ya no hubo más que hacer. Se fue la magia en busca de otro instante, de otras dos siluetas que sí supieran apreciarla. Y me dejaste frío mientras tus rasgos se hacían visibles.
"¿Y si encendemos la luz?" Dijiste. Y tu mano buscó el interruptor en vez de buscar la piel que tenía a su lado. Creerás que son meros detalles. A los dos días te marchaste. Pero ya no fue ninguna sorpresa.

Cada vez tengo más claro que la vida es una actitud. Nos aferramos a un clavo ardiendo siempre que, aunque queme, nos mantenga vivos. Nos encanta sentirnos vivos. Sin embargo algunos recuerdos aún nos frenan. Dormimos con el miedo bajo la almohada para despertarnos con él y que nos recuerde que ilusionarnos es peligroso. Que vivir, es peligroso.
Queremos tenerlo todo bajo control cuando a veces es el caos lo que nos hace felices. Pero por qué arriesgarse. Por qué cambiar de rutina si, aunque a veces quiera algo distinto, ya me he acostumbrado a no querer más. Por qué... Por miedo. Hasta la felicidad nos da miedo por si, al buscarla lejos de nuestro sitio, lo perdamos y ya no tengamos dónde regresar.

Déjame hablarte de los detalles, y prometo parar de hacerlo si me confiesas que nunca te perdiste en alguno. Que nunca te fijaste en una mirada que buscaba algo más que cruzarse con otra. Si nunca podrías admitir que lo primero en que te fijaste fue en un pequeño lunar que quizás ella ni sabe que lo tenga. O que aún sigues buscando ese sitio perdido que en alguna conversación mencionó que le encantaría visitar.
Una puerta entreabierta puede significar que hay alguien que desea que la atravieses para preguntarle qué le pasa, o solo puede ser una simple puerta que nunca llegó a cerrarse. Leer entre líneas. Y equivocarnos. O acertar.
Una actitud. La actitud de no conformarse con lo que es obvio, y buscar algo más. Vivir sabiendo lo que ello implica. Y aceptar cuando algo se acaba quizás sea la mejor manera de enfrentarte a un nuevo comienzo, que no tiene que ser ni peor ni mejor a lo pasado; tan solo diferente.

Dejemos de creer que tenemos raíces y que no podemos ser nosotros mismos en otro sitio. Dejemos de alimentar nuestro miedo con una actitud equivocada. No nacimos con instrucciones sobre cómo hacer bien las cosas. No te castigues si un día decidiste cambiar tu camino porque el que recorrías tan solo sirvió para atarte a una rutina que nunca podría haberte hecho feliz.

Detalles tan insignificantes como encender una luz, denotan una actitud. Guiarse con los ojos es muy fácil. Lo de hacerlo con el corazón, solo unos pocos se atreven.

jueves, 4 de febrero de 2016

Mi incoherencia.

Ayer fui a un concierto sin música. Recuerdo que llovía sin que cayese ninguna gota del cielo. La gente de mi alrededor me miraba pero allí todos eran ciegos. Había un mudo tratando de gritar. Y un sordo que pedía más canciones mientras miraba al escenario vacío. Recuerdo que te busqué pero no estabas. Que anduve pisando los charcos ya secos de la tormenta que no mojaba. Que sostenía una botella de champán vacía, y, que a veces, inconscientemente, trataba de darle un trago. Pensarás que estoy loco. Y puede que tengas razón. O puede que te llevaras también mi cordura contigo. Ya no sé que te dejaste, ni tampoco que se quedó.
Me da miedo mirarme al espejo y no verte detrás haciendo alguna tontería. Me da miedo que no desordenes mis cosas y, que cuando llegue a casa, esté todo en "orden". Yo prefiero tu caos.
Me da miedo que tu mirada se cruce con la mía y no haya una arruga en tus párpados antes del primer parpadeo. Que tu silla esté vacía, que la televisión no esté puesta con tu serie favorita. Que me llenes la cabeza de planes imposibles que siempre acaban perdiendo las dos primeras letras de su adjetivo, porque los hacemos. Tengo miedo si no me sorprendes justo cuando la inspiración había llegado, si no me molestas, si no me haces llegar tarde a cualquier lado.
Y no te confudas, que la soledad no me asusta. Solo me da miedo que tú no estés y que ya no sea yo el que te está esperando.
Tú sabes hacerme fuerte y frágil a la vez. Tú me has enseñado a imaginar sin cerrar los ojos, a jugar al escondite con la felicidad y siempre acabar encontrándonos, incluso en un simple roce de mejillas.
Cualquier ciudad de tu mano se convierte en París, y ahora me da miedo que algún día vaya a París sin ti y me parezca que es una ciudad cualquiera.
He descubierto contigo cientos de constelaciones y no me ha hecho falta mirar al cielo; me valían tus lunares. Por eso tengo miedo. Porque contigo me siento en las nubes y me da vértigo si pienso en las dudas que pueden hacer que caigamos. En un desliz de madrugada. En otros labios. En otras manos.

Ayer fui a un concierto. Recuerdo que llovía y la lluvia calaba por mi cuerpo. La gente de mi alrededor no se percataba de que a su lado había alguien que no paraba de mirar a todos lados. Recuerdo que te busqué, pero no estabas. Que anduve pisando los charcos mientras la tormenta no arreciaba. Que sostenía una botella de cristal llena de cerveza y del agua de lluvia que se colaba. Recuerdo que el escenario se empapaba, y que de repente apareciste tú, con esa sonrisa que parece pintaba, preguntándome "¿Dónde estabas?".