Qué bien suenan todas esas frases célebres sobre la
felicidad, como "nacimos para ser felices" o, citando a Josep Mascaró:
"estás aquí para ser feliz". Desde pequeño hemos oído hablar de la
felicidad, nos la presentaron en forma de aventuras en familia, de juegos entre
amigos o, simplemente, cuando veíamos nuestra comida favorita en la mesa.
Nos hicieron creer que la felicidad era un objetivo, una
meta en la vida, y nos lo hicieron creer porque a nuestras generaciones pasadas
también se lo enseñaron así. Nuestra forma de vida siempre tenía que conducirnos a la felicidad, nuestro tiempo tendría que ser dedicado plenamente a ser
felices, a disfrutar cada cosa que hiciéramos. Durante la juventud nos animan a
esforzarnos continuamente por un futuro feliz, donde tengamos una vida
resuelta, donde nuestras preocupaciones se diluyan por el camino; el camino que nos lleva a la felicidad. Y la felicidad es eso que vemos siempre en el horizonte, ese
destino por el que seguimos avanzando, eso que nos espera al final del trayecto. Pero,
por más que recorremos, nunca alcanzamos del todo.
Y, ¿por qué nos cuesta tanto ser felices? Porque nos
obligamos a serlo.
No tenemos que tener la vida resuelta a los veintitantos, ni
si quiera a los treinta. No tenemos que haber encontrado al amor de nuestra vida
durante la universidad, ni si quiera tenemos que ir a la universidad. No
tenemos que tener un buen coche, ni una casa espaciosa, ni un gran grupo de
amigos donde no haya peleas ni distanciamientos, ni una cuenta bancaria de
muchas cifras ni, tampoco, una familia ideal y estructurada.
Todos estos clichés sobre la felicidad, sobre esa meta
utópica a la que todos aspiramos a alcanzar, nos hace ver la felicidad como una
obligación más que como un estado al que se puede o no llegar en determinados
momentos de nuestra vida. Que nadie nos venda una vida feliz y plena durante
todos nuestros años de existencia porque jamás podrá darse tal supuesto. Pero,
por supuesto, no hace falta que nadie nos diga cómo ser felices, ni si quiera
nuestra propia cultura tiene ese derecho.
La mayoría de las veces que seamos felices ni nos estaremos
dando cuenta. Y esa es la ironía de la que no te hablan aquellos que siguen repitiendo sin cesar que el sentido de la vida es ser feliz. Si empezaba hablando de frases célebres, ahora voy a citar otra:
"cualquier tiempo pasado fue mejor". Y, ¿sabéis por qué se dice ésta?
Porque cuando hacemos balance de los bueno y lo malo en un momento puntual de
nuestras vidas, siempre tendemos a recordar lo bueno del pasado, sin ver lo
bueno que tenemos hoy, ahora, en este momento.
No somos máquinas programadas para ser felices, somos
personas que improvisamos cada segundo de nuestras vidas y, a veces, actuamos sin saber ni siquiera a dónde queremos llegar. Porque si la felicidad es un destino, el trascurso del
viaje te ocupará toda una vida, pero si la felicidad es el camino, aquí ya estamos
hablando de otra cosa.
Hazte un favor y de aquí en adelante no te prometas que
serás feliz, no te acuestes pensando que mañana serás más feliz que hoy, porque
justamente eso, es lo que no nos hace felices.