martes, 18 de diciembre de 2012

Indestructible.


Me paré en uno de los únicos bares que pese a la hora, seguía teniendo luz en su interior. Me bajé del coche y mi pie chapoteó en un pequeño charco. Las luces de neón alumbrando el nombre de aquel pequeño local no tenían la fuerza suficiente como para traspasar la espesa niebla que reinaba en aquella madrugada. Entré con miedo de encontrarme con más de un borracho tumbado en la barra, o con un viejo gruñón con una escoba y mal genio dispuesto a echarme tal como había llegado, pero no. En lugar de eso, me encontré con una mujer de no más de cuarenta años, que al escuchar el chirriar de la puerta con mi llegada clavó su mirada en mí, algo extrañada. No había nadie más que ella y una copa que sujetaba con su mano derecha.
“¿Se puede?” me atreví a decir a pesar de esa mirada tan fija en mis movimientos. Asentó con la cabeza y apoyó sobre la barra la copa. Anduve unos pasos hasta sentarme en un pequeño taburete a pie de barra. Miré un poco el decorado de aquel lugar. Un tanto anticuado, fotos en blanco y negro y demasiado pobre todo. Aún así, no dejaba de ser un sitio acogedor.
Olía a ambientador barato y algo de alcohol, pero no era desagradable, al contrario, me gustaba. Me volví a centrar en aquella singular camarera y le pedí un whisky. Tal como se giraba en busca de la botella y el vaso, coloqué mi vista en un tatuaje que tenía en la espalda, sobre el omóplato, pues llevaba una camisa de tirantas que le descubría casi toda la espalda. Fui sorprendido por ella misma mientras le observaba aquel pequeño dragón de tinta y enseguida bajé la cabeza simulando estar buscando algo en mi bolsillo. Noté como sonrío y dejó el vaso cargado de whisky delante de mí.
-          - ¿Qué hace un hombre bien vestido tan solitario, a estas horas de la noche, y por bares como esté?
Me sorprendío la pregunta, realmente no me la esperaba. Levanté la cabeza tras darme cuenta que mis intentos por disimular mi descarada mirada ya no tenían más razón de sí, y contesté mientras paseaba mi dedo índice por la boca del vaso, haciendo círculos.
-         -    Necesitaba un sitio donde caerme muerto.
Hizo una mueca difícil de identificar. Se giró y prosiguió tomándose su copa. Me quedé un poco frío, esperaba que continuase hablando. Por la primera impresión,  a aquella mujer la hacía con una voz menos dulce que la que tenía. Ante la falta de conversación, esta vez fui yo el que decidió preguntarle algo.
-          - ¿Y qué hace una mujer como tú, en un bar como éste?
-         -  ¿Perdona? – Sonrió irónicamente. ¿Algún problema con el sitio? Siempre cabe la opción de tomar la puerta… - Con su reacción me di cuenta de mis malas formas para intentar entablar conversación con aquella interesante desconocida.
-          - No… Verás, no me malinterpretes… No digo que sea un mal sitio, es acogedor y agradable.
-          Ya bueno, tampoco tienes que intentar quedar bien.
Hubo un silencio un tanto incómodo. Le di dos nuevos sorbos a mi copa y apoyé los codos sobre la barra. Sonaba una canción de Pynk Floyd mientras seguía paseando mi mirada hacia un lado y a otro intentando no pensar demasiado en nada. Había sido una mala noche, una mala racha… Me cobijaba en bares intentando no sentirme en la extrema soledad que me daba mi casa de las afueras. Tan grande, tan vistosa, pero tan sola…
Coger el coche haciendo kilómetros sin sentido y entrando en bares remotos  era mi alivio ante esa situación tan fría, la de tener tanto pero sentirse como si no tuvieras nada, nada que mereciera la pena, que te motivase a seguir.
-          - ¿Sabes qué es lo peor de días como estos? – Aquella mujer se quedó algo extrañada por la pregunta, ni yo mismo entendí por qué pronuncié aquellas palabras, supongo que necesitaba desahogarme. Me daba igual que no la conociese de nada, no sabía ni su nombre, sólo necesitaba esa sensación de que alguien te estaba escuchando.
-          - ¿El qué? – me contestó mientras terminaba por apurar su copa.
-          - Que ahora, después de tomarme unas copas y notar como mi garganta entra en calor, cogeré el camino de vuelta a mi casa y me acostaré. Pero, me acostaré sin ningún motivo por el que levantarme, más que esa esperanza porque las cosas cambien, porque todo vuelva a ser como antes…
Se quedó callada. Suspiró y no dijo nada. Yo proseguí, aún sabiendo que quizás a ella no le importaba en absoluto lo que yo le pudiese contar, un simple desconocido que acaba de entrar en su bar y había pedido una copa de whisky… ¿Qué podría decirle que a ella le interesase?-
-          Pasas los días con ese “mañana será diferente, mañana todo habrá cambiado” pero no, sólo me engaño. Todo está igual, nada ha cambiado. La lluvia me consuela, las tormentas me alivian. El sonido del viento a las cinco de las mañana no me asusta, me acompaña. Yo antes era el hombre más feliz del mundo, pero sabes qué es lo que me revienta por dentro? Que no me di cuenta… no somos conscientes de nuestra felicidad hasta que la felicidad es un recuerdo. No me faltaba de nada y era esa sensación la que me llenaba. No tenía muchas cosas pero tenía las suficientes. Echo de menos miradas, besos y confesiones al oído. Echo de menos esa respiración al lado de la mía, ese pensamiento subconsciente que te dice “está aquí, contigo”. Cuídala, me decía, cuídala porque no vas a encontrar a alguien igual. Que me aguante, que me mime, que sepa cuando necesito eso de” tranquilo que todo va a ir bien”, y ese beso para callarme cualquier queja estúpida. Manías, gestos, detalles, pequeños detalles que ahora que no están te das cuenta de que eran los más grandes. No sé porqué le estoy contando esto a una desconocida, no sé ni tu nombre… - sonreí casi sin fuerzas. Ella seguía mirándome, realmente parecía que estaba atendiendo a cada palabra que le decía. – Pero, dejé escaparlo todo. Mandé lejos justamente todo lo que necesitaba a mi lado para ser más fuerte, para ser indestructible. No trato de comprenderme, porque sé que no tengo remedio. Sé que las cosas están difíciles, nunca han estado fáciles, pero aún así no sé si es mi parte masoca, o mi parte que aún no ha olvidado aquellos días en los que yo era yo, la que me dice que siga intentando buscar ese motivo, esas ganas, eso que al levantarte por las mañanas te haga sonreír y te haga tener un objetivo.
No sé si es tarde, más bien, no se a partir de qué momento se puede considerar tarde el querer ser feliz. Todo lo que nos rodea hace tanto ruido que muchas veces no me dejan escucharme a mí mismo, quizás ese haya sido uno de mis principales problemas… Pero ahora he aprendido a escucharme, y a saber qué es lo que realmente quiero.
-         -  ¿Y qué haces aquí? Si quieres algo, ve a por ello y punto. Nunca es tarde. – Sus palabras me hicieron recordar que todo esto que estaba contando, se lo estaba diciendo a una mujer que la acababa de ver por primera vez hacía unos momentos, y levanté la mirada.
-         -  ¿Qué hago aquí?
Tras un nuevo silencio, tomé la cartera y saqué unas monedas. La miré, le dediqué una sonrisa y cogí las llaves del coche.
-          - ¿Vas a por ella no?
-          - Voy a por ella.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Te invito a mi mundo, pero no me lo desordenes.

Hace frío. Mucho frío. Me entretengo con el vaho de mi respiración que sale cada vez que expiro el aire, ese aire que a veces me falta.
Debería estar cansado, exhausto y sin fuerzas. He tenido motivos para rendirme y abandonar, pero he seguido. Dejé de contar las veces que caí por el camino y todas esas voces que me aseguraban que no sería capaz. Pero... ellos no me conocen, ellos no son yo. No saben de mis posibilidades ni de mi historia, no tienen ni idea de como he llegado hasta aquí, ni de lo que ocurrió en mi mundo... sí, mi mundo.
En él, no hay nada más que lo que yo quiero ver. No hay más gente de la que necesito, pero si hay infinidad de lugares y de momentos.
En mi mundo no hay muchas ciudades con millones de sitios distintos, en mi mundo hay una única ciudad con los mejores sitios. Puedes pasar por debajo de la torre Eiffel para llegar de repente al Big Ben, y si giras tu cabeza a la derecha puedes contemplar el Central Park, como se va abriendo paso alrededor del Lago Garda italiano.
Me paseo por sus calles cuando quiera y que sea de día o de noche sólo depende de que me lo imagine de una forma u otra. Las personas que me acompañan en este lugar, en esta peculiar ciudad que reúne todas las ciudades del mundo, son muy pocas, pero son las únicas que me hacen falta, el resto están de más, por eso me jode tanto que algunas personas entren sin permiso y me desorganicen todo, poniéndolo patas arriba y dejándolo hecho un caos. La autoridad en mi mundo la lleva mi mente, y cuando ésta está bloqueada no puedo hacer nada para devolver la normalidad...
En mi ciudad no quiero dudas ni preguntas sin respuestas, lo que quiero son sonrisas y noches increíbles, besos en la madrugada y amaneceres en la playa. Andando por mi calles me siento fuerte y aunque la oscuridad llegue con la noche, no me asusto, sigo adelante. Me acompaña la música, la mejor música y aunque de repente empiece a llover yo continúo, continúo siempre hacia adelante y con la cabeza alta, con mi mirada puesta en mi objetivo...
Aunque esto es lo normal, hasta hace muy poco mi mundo, mi gran ciudad, estaba sumida en una especie de guerra contra ella misma. Fue de una noche a otra. Recuerdo ver como la torre Eiffel se derrumbó y el Big Ben marcaba las una de la madrugada cuando se quedó parado, sin dejar que el tiempo corriese y manteniéndome prisionero de mi propio mundo. La noche se empeñó en no dejar paso al día, y las tormentas se sucedían inundando mis precioso lago Garda, convirtiendo Central Park en un auténtico escenario propio de una película de miedo. Mis fuerzas calleron y por más que intentaba erguirme como siempre no podía, mis pasos sobre el frío asfaltos eran puro baile, el baile que mantenía con mi cuerpo entre dejarme caer o seguir andando un poquito más. Perdí de vista a todas y cada una de las personas que hasta entonces siempre habían estado ahí, mi propia ciudad me había encerrado y me había dejado sólo ante mi propia creación, mis lugares, mis edificios, mis calles,... Grité pero nadie estaba ahí para oírme.
Por primera vez centré mi mirada en el pasado y no en mi objetivo, mi futuro. Recuerdo que titubeante, llegué hasta un lugar que no recordaba haber creado... Lo llamé el jardín de los recuerdos porque en cuanto entré, un sinfín de éstos inundaron mi mente poniéndolo todo más confuso. Iba como ciego caminando por aquella hierba, mientras escullaba el chirriar de las numerosas puertas que me iba encontrando en mi camino. Anduve mientras cada vez era un recuerdo nuevo el que me quemaba por dentro, tanto anduve, que cuando quise dar media vuelta no lograba ver por donde había entrado, ni donde estaba la salida de aquel sitio. Corrí mientras la lluvia chocaba contra mi cuerpo, pero cuanto más corría más perdido me encontraba.
El tiempo seguía parado en el mismo instante, pero para mi ya habían transcurrido horas desde que había entrado en aquel lugar y una tormenta de recuerdos me sacudía por dentro. Paré.
Decidí parar tras recorrer un camino que no me llevaba a ningún lado, yo había entrado allí y yo debía salir, pero el cómo me fallaba. Impotencia era la palabra, impotencia por querer y no poder. Cuando frené mi marcha y miré a mi alrededor, seguía sin ver nada con claridad, pero las piernas me flaqueaban y mi aliento me pedía un poco de descanso. Pensé que era el momento de darse por vencido y de reconocer lo que yo mismo me había buscado entrando allí. Pero hasta ahí no me di cuenta que lo único que había hecho era huír, intentar huír, escapar, pero esa no era la solución. Decidí entonces armarme de valor, sacar fuerzas de donde no las tenía, y afrontar aquella senda de recuerdos con lluvia, mientras la oscuridad le ponía ese toque de confusión a todo. Di un paso, luego otro,... levanté la cabeza y apreté los dientes, abrí los ojos y me dispuse a ver todo eso que desde el principio me había negado a ver. Acepté mi pasado tal como lo vi y comprendí que yo ya no podía hacer nada, tan sólo esforzarme en mi presente para darle la vuelta a mi futuro y ponerlo de cara. Y lo conseguí. Acabé mojado y tiritando, pero conseguí salir de allí afrontando mi miedos y mi propia historia, para a partir de ahí, empezar de nuevo y crear otra. El Big Ben volvió a contar segundos haciendo girar sus agujas, mi propia ciudad se fue recomponiendo a la misma vez que lo hacía yo mismo por dentro. Salió el sol y fueron sus rayos los que me hicieron ver que empezaba un nuevo día y con él, una nueva oportunidad para hacer las cosas bien. Y aquí estoy. Ahora conocéis algo más sobre mi, sobre mi mundo, y yo ahora sólo busco frenar un poco, ir más despacio y aferrarme a la felicidad. En este complicado episodio también he encontrado cosas importantes, sonrisas que cerca de la tuya te hacen inmortal, besos que te hace sonreír, y palabras al oído que te hacen creer que otros recuerdos, pueden ser creados.
- Te invito a mi mundo, pero no me lo desordenes.