Me paré en uno de los únicos bares que pese a la hora,
seguía teniendo luz en su interior. Me bajé del coche y mi pie chapoteó en un
pequeño charco. Las luces de neón alumbrando el nombre de aquel pequeño local
no tenían la fuerza suficiente como para traspasar la espesa niebla que reinaba
en aquella madrugada. Entré con miedo de encontrarme con más de un borracho
tumbado en la barra, o con un viejo gruñón con una escoba y mal genio dispuesto
a echarme tal como había llegado, pero no. En lugar de eso, me encontré con una
mujer de no más de cuarenta años, que al escuchar el chirriar de la puerta con
mi llegada clavó su mirada en mí, algo extrañada. No había nadie más que ella y
una copa que sujetaba con su mano derecha.
“¿Se puede?” me atreví a decir a pesar de esa mirada tan
fija en mis movimientos. Asentó con la cabeza y apoyó sobre la barra la copa.
Anduve unos pasos hasta sentarme en un pequeño taburete a pie de barra. Miré un
poco el decorado de aquel lugar. Un tanto anticuado, fotos en blanco y negro y
demasiado pobre todo. Aún así, no dejaba de ser un sitio acogedor.
Olía a ambientador barato y algo de alcohol, pero no era
desagradable, al contrario, me gustaba. Me volví a centrar en aquella singular
camarera y le pedí un whisky. Tal como se giraba en busca de la botella y el
vaso, coloqué mi vista en un tatuaje que tenía en la espalda, sobre el omóplato,
pues llevaba una camisa de tirantas que le descubría casi toda la espalda. Fui
sorprendido por ella misma mientras le observaba aquel pequeño dragón de tinta
y enseguida bajé la cabeza simulando estar buscando algo en mi bolsillo. Noté
como sonrío y dejó el vaso cargado de whisky delante de mí.
- - ¿Qué hace un hombre bien vestido tan solitario,
a estas horas de la noche, y por bares como esté?
Me sorprendío la pregunta, realmente no me la esperaba.
Levanté la cabeza tras darme cuenta que mis intentos por disimular mi descarada
mirada ya no tenían más razón de sí, y contesté mientras paseaba mi dedo índice
por la boca del vaso, haciendo círculos.
- - Necesitaba un sitio donde caerme muerto.
Hizo una mueca difícil de identificar. Se giró y prosiguió
tomándose su copa. Me quedé un poco frío, esperaba que continuase hablando. Por
la primera impresión, a aquella mujer la
hacía con una voz menos dulce que la que tenía. Ante la falta de conversación,
esta vez fui yo el que decidió preguntarle algo.
- - ¿Y qué hace una mujer como tú, en un bar como
éste?
- - ¿Perdona? – Sonrió irónicamente. ¿Algún problema
con el sitio? Siempre cabe la opción de tomar la puerta… - Con su reacción me
di cuenta de mis malas formas para intentar entablar conversación con aquella
interesante desconocida.
- - No… Verás, no me malinterpretes… No digo que sea
un mal sitio, es acogedor y agradable.
-
Ya bueno, tampoco tienes que intentar quedar
bien.
Hubo un silencio un tanto incómodo. Le di dos nuevos sorbos
a mi copa y apoyé los codos sobre la barra. Sonaba una canción de Pynk Floyd
mientras seguía paseando mi mirada hacia un lado y a otro intentando no pensar
demasiado en nada. Había sido una mala noche, una mala racha… Me cobijaba en
bares intentando no sentirme en la extrema soledad que me daba mi casa de las
afueras. Tan grande, tan vistosa, pero tan sola…
Coger el coche haciendo kilómetros sin sentido y entrando en
bares remotos era mi alivio ante esa
situación tan fría, la de tener tanto pero sentirse como si no tuvieras nada,
nada que mereciera la pena, que te motivase a seguir.
- - ¿Sabes qué es lo peor de días como estos? –
Aquella mujer se quedó algo extrañada por la pregunta, ni yo mismo entendí por
qué pronuncié aquellas palabras, supongo que necesitaba desahogarme. Me daba
igual que no la conociese de nada, no sabía ni su nombre, sólo necesitaba esa
sensación de que alguien te estaba escuchando.
- - ¿El qué? – me contestó mientras terminaba por
apurar su copa.
- - Que ahora, después de tomarme unas copas y notar
como mi garganta entra en calor, cogeré el camino de vuelta a mi casa y me
acostaré. Pero, me acostaré sin ningún motivo por el que levantarme, más que
esa esperanza porque las cosas cambien, porque todo vuelva a ser como antes…
Se quedó callada. Suspiró y
no dijo nada. Yo proseguí, aún sabiendo que quizás a ella no le importaba en
absoluto lo que yo le pudiese contar, un simple desconocido que acaba de entrar
en su bar y había pedido una copa de whisky… ¿Qué podría decirle que a ella le
interesase?-
-
Pasas los días con ese “mañana será diferente,
mañana todo habrá cambiado” pero no, sólo me engaño. Todo está igual, nada ha
cambiado. La lluvia me consuela, las tormentas me alivian. El sonido del viento
a las cinco de las mañana no me asusta, me acompaña. Yo antes era el hombre más
feliz del mundo, pero sabes qué es lo que me revienta por dentro? Que no me di
cuenta… no somos conscientes de nuestra felicidad hasta que la felicidad es un
recuerdo. No me faltaba de nada y era esa sensación la que me llenaba. No tenía
muchas cosas pero tenía las suficientes. Echo de menos miradas, besos y
confesiones al oído. Echo de menos esa respiración al lado de la mía, ese
pensamiento subconsciente que te dice “está aquí, contigo”. Cuídala, me decía,
cuídala porque no vas a encontrar a alguien igual. Que me aguante, que me mime,
que sepa cuando necesito eso de” tranquilo que todo va a ir bien”, y ese beso
para callarme cualquier queja estúpida. Manías, gestos, detalles, pequeños
detalles que ahora que no están te das cuenta de que eran los más grandes. No
sé porqué le estoy contando esto a una desconocida, no sé ni tu nombre… -
sonreí casi sin fuerzas. Ella seguía mirándome, realmente parecía que estaba
atendiendo a cada palabra que le decía. – Pero, dejé escaparlo todo. Mandé
lejos justamente todo lo que necesitaba a mi lado para ser más fuerte, para ser
indestructible. No trato de comprenderme, porque sé que no tengo remedio. Sé
que las cosas están difíciles, nunca han estado fáciles, pero aún así no sé si
es mi parte masoca, o mi parte que aún no ha olvidado aquellos días en los que
yo era yo, la que me dice que siga intentando buscar ese motivo, esas ganas,
eso que al levantarte por las mañanas te haga sonreír y te haga tener un
objetivo.
No sé si es tarde, más bien, no se a partir
de qué momento se puede considerar tarde el querer ser feliz. Todo lo que nos
rodea hace tanto ruido que muchas veces no me dejan escucharme a mí mismo,
quizás ese haya sido uno de mis principales problemas… Pero ahora he aprendido
a escucharme, y a saber qué es lo que realmente quiero.
- - ¿Y qué haces aquí? Si quieres algo, ve a por
ello y punto. Nunca es tarde. – Sus palabras me hicieron recordar que todo esto
que estaba contando, se lo estaba diciendo a una mujer que la acababa de ver
por primera vez hacía unos momentos, y levanté la mirada.
- - ¿Qué hago aquí?
Tras un nuevo silencio, tomé la cartera y saqué unas
monedas. La miré, le dediqué una sonrisa y cogí las llaves del coche.
- - ¿Vas a por ella no?
- - Voy a por ella.