domingo, 2 de diciembre de 2012

Te invito a mi mundo, pero no me lo desordenes.

Hace frío. Mucho frío. Me entretengo con el vaho de mi respiración que sale cada vez que expiro el aire, ese aire que a veces me falta.
Debería estar cansado, exhausto y sin fuerzas. He tenido motivos para rendirme y abandonar, pero he seguido. Dejé de contar las veces que caí por el camino y todas esas voces que me aseguraban que no sería capaz. Pero... ellos no me conocen, ellos no son yo. No saben de mis posibilidades ni de mi historia, no tienen ni idea de como he llegado hasta aquí, ni de lo que ocurrió en mi mundo... sí, mi mundo.
En él, no hay nada más que lo que yo quiero ver. No hay más gente de la que necesito, pero si hay infinidad de lugares y de momentos.
En mi mundo no hay muchas ciudades con millones de sitios distintos, en mi mundo hay una única ciudad con los mejores sitios. Puedes pasar por debajo de la torre Eiffel para llegar de repente al Big Ben, y si giras tu cabeza a la derecha puedes contemplar el Central Park, como se va abriendo paso alrededor del Lago Garda italiano.
Me paseo por sus calles cuando quiera y que sea de día o de noche sólo depende de que me lo imagine de una forma u otra. Las personas que me acompañan en este lugar, en esta peculiar ciudad que reúne todas las ciudades del mundo, son muy pocas, pero son las únicas que me hacen falta, el resto están de más, por eso me jode tanto que algunas personas entren sin permiso y me desorganicen todo, poniéndolo patas arriba y dejándolo hecho un caos. La autoridad en mi mundo la lleva mi mente, y cuando ésta está bloqueada no puedo hacer nada para devolver la normalidad...
En mi ciudad no quiero dudas ni preguntas sin respuestas, lo que quiero son sonrisas y noches increíbles, besos en la madrugada y amaneceres en la playa. Andando por mi calles me siento fuerte y aunque la oscuridad llegue con la noche, no me asusto, sigo adelante. Me acompaña la música, la mejor música y aunque de repente empiece a llover yo continúo, continúo siempre hacia adelante y con la cabeza alta, con mi mirada puesta en mi objetivo...
Aunque esto es lo normal, hasta hace muy poco mi mundo, mi gran ciudad, estaba sumida en una especie de guerra contra ella misma. Fue de una noche a otra. Recuerdo ver como la torre Eiffel se derrumbó y el Big Ben marcaba las una de la madrugada cuando se quedó parado, sin dejar que el tiempo corriese y manteniéndome prisionero de mi propio mundo. La noche se empeñó en no dejar paso al día, y las tormentas se sucedían inundando mis precioso lago Garda, convirtiendo Central Park en un auténtico escenario propio de una película de miedo. Mis fuerzas calleron y por más que intentaba erguirme como siempre no podía, mis pasos sobre el frío asfaltos eran puro baile, el baile que mantenía con mi cuerpo entre dejarme caer o seguir andando un poquito más. Perdí de vista a todas y cada una de las personas que hasta entonces siempre habían estado ahí, mi propia ciudad me había encerrado y me había dejado sólo ante mi propia creación, mis lugares, mis edificios, mis calles,... Grité pero nadie estaba ahí para oírme.
Por primera vez centré mi mirada en el pasado y no en mi objetivo, mi futuro. Recuerdo que titubeante, llegué hasta un lugar que no recordaba haber creado... Lo llamé el jardín de los recuerdos porque en cuanto entré, un sinfín de éstos inundaron mi mente poniéndolo todo más confuso. Iba como ciego caminando por aquella hierba, mientras escullaba el chirriar de las numerosas puertas que me iba encontrando en mi camino. Anduve mientras cada vez era un recuerdo nuevo el que me quemaba por dentro, tanto anduve, que cuando quise dar media vuelta no lograba ver por donde había entrado, ni donde estaba la salida de aquel sitio. Corrí mientras la lluvia chocaba contra mi cuerpo, pero cuanto más corría más perdido me encontraba.
El tiempo seguía parado en el mismo instante, pero para mi ya habían transcurrido horas desde que había entrado en aquel lugar y una tormenta de recuerdos me sacudía por dentro. Paré.
Decidí parar tras recorrer un camino que no me llevaba a ningún lado, yo había entrado allí y yo debía salir, pero el cómo me fallaba. Impotencia era la palabra, impotencia por querer y no poder. Cuando frené mi marcha y miré a mi alrededor, seguía sin ver nada con claridad, pero las piernas me flaqueaban y mi aliento me pedía un poco de descanso. Pensé que era el momento de darse por vencido y de reconocer lo que yo mismo me había buscado entrando allí. Pero hasta ahí no me di cuenta que lo único que había hecho era huír, intentar huír, escapar, pero esa no era la solución. Decidí entonces armarme de valor, sacar fuerzas de donde no las tenía, y afrontar aquella senda de recuerdos con lluvia, mientras la oscuridad le ponía ese toque de confusión a todo. Di un paso, luego otro,... levanté la cabeza y apreté los dientes, abrí los ojos y me dispuse a ver todo eso que desde el principio me había negado a ver. Acepté mi pasado tal como lo vi y comprendí que yo ya no podía hacer nada, tan sólo esforzarme en mi presente para darle la vuelta a mi futuro y ponerlo de cara. Y lo conseguí. Acabé mojado y tiritando, pero conseguí salir de allí afrontando mi miedos y mi propia historia, para a partir de ahí, empezar de nuevo y crear otra. El Big Ben volvió a contar segundos haciendo girar sus agujas, mi propia ciudad se fue recomponiendo a la misma vez que lo hacía yo mismo por dentro. Salió el sol y fueron sus rayos los que me hicieron ver que empezaba un nuevo día y con él, una nueva oportunidad para hacer las cosas bien. Y aquí estoy. Ahora conocéis algo más sobre mi, sobre mi mundo, y yo ahora sólo busco frenar un poco, ir más despacio y aferrarme a la felicidad. En este complicado episodio también he encontrado cosas importantes, sonrisas que cerca de la tuya te hacen inmortal, besos que te hace sonreír, y palabras al oído que te hacen creer que otros recuerdos, pueden ser creados.
- Te invito a mi mundo, pero no me lo desordenes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario