domingo, 27 de septiembre de 2015

Llega el invierno y no me importa...

Llega el invierno y no me importa. Dejo que llueve si estoy contigo. Y si un relámpago alumbra  la habitación, si me deja ver tu cara dormida tan solo un instante, querré que siga la tormenta y que no escampe.
Te abrazo porque no sé no abrazarte, y nunca inundes tus ojos. Quiero mirarte a la cara con los ojos cerrados y desnudarte sin tocarte hasta que mi imaginación despierte con tu cuerpo y el mío tan pegados que nadie podría decir que fuésemos dos y no uno.

Nunca he sido tan torpe como cuando quiero no serlo al estar contigo. Y me río de mi si tú te ríes conmigo. Te guardo en pestañas sopladas con un deseo pendiente que siempre se repite y que no te cuento porque quiero que siempre se cumpla. Porque justo somos eso, un siempre encerrado en este instante, libertad compartida a deuda con tus noches, y tú con las mías.
Somos una casualidad y también nuestra suerte. Esto no vino con instrucciones, por eso a veces no supimos cómo hacerlo. Aunque lo importante es que lo hicimos. Lo importante es que ahora tú eres lo importante. Y si me faltas me pierdo, al igual que me pierdo si no estás. Empiezas a guiar mi felicidad y créeme que nunca he dejado que nadie lo hiciese, pero me gustan como tus manos agarran a las mías y me indican el camino. Ese camino que me encanta solo porque es contigo con quien lo estoy recorriendo.

Perdóname si te quiero de forma egoísta, pero creo que contigo no sé querer de otra forma. Al igual que no sé no mirarte cuando estás despeinada y seguir viéndote guapa. Me has enseñado a creer en algo en lo que prometí  dejar de creer, y nunca romper una promesa fue tan bonito. No busco entenderte ni busco que tú me entiendas, busco siempre intentarlo y si no lo consigo no darle más vueltas. Besarte cuando menos lo esperes y susurrarte que te quiero un millón de veces como si con novecientas noventa y nueve mil novecientas noventa y nueve veces no hubiese sido suficiente, y pudieses olvidarte de algo que para mí es tan obvio.

No sé si es medible, si cabe en alguna variable existente todo lo que eres para mí. Ni sé si es posible expresarlo. Quizás las palabras no puedan con esto, quizás haya que inventar otras nuevas u otra forma de decir las cosas. Quizás exagere, aunque seguro que no. Y no soy de los que suelen estar seguros de muchas cosas.
Ahora la felicidad me encuentra fácil en cada roce de piel, en cada rincón de la ciudad que visitamos juntos, en cada noche en la que sobra la almohada porque preferimos apoyarnos en nosotros mismos y romper el reposo de unos latidos que se aceleran si te pienso.

Tengo grabado un "no me faltes nunca" por dentro, y a veces puedes verlo en cualquier ataque tonto de celos, en alguna que otra duda, o en algún miedo que se asoma cuando recuerdo que hasta ahora no sabía lo que era suspirar por alguien cuando no la tengo, o cuando veo esa lista con planes pendientes que aún no hemos hecho, pero que no para de crecer.
Hay veces que pienso que una vida se nos puede llegar a quedar corta. Y quien me iba a decir a mí que algún día alguien me haría pensar en un futuro tan lejano, si yo siempre odié eso de prometer la eternidad a ciertas compañías.

Nunca me prometiste ser diferente, fue al conocerte cuando me di cuenta de que lo eras. Y eso, justo eso, es lo que me hace saber que primero estás tú y luego el resto. Lo que hace que fuera de ti ya no busque porque solo dentro de ti es donde encuentro. Y lo que hace que me pierda y me encuentre en ti, porque hacerlo en otra persona ya no tiene sentido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario