sábado, 14 de noviembre de 2015

#JeSuisParis

Supongo, porque no estaba, que ayer en París olía a fiesta y se respiraba ambiente de partido. Supongo, porque no estaba, que se escuchaban risas desde la terraza del Bonne Bière y buena música en Le Bataclan. Que paseaban niños por la calle Charonne, que había proyectos de regalos para esta navidad en el centro comercial Les Halles, y a buen seguro en Le Carillon, algún par de enamorados tomaban algo pensando en que tenían enfrente a la mejor compañía posible para un viernes por la noche.

Supongo, porque no estaba, que lo que vino después rompió la fiesta y el ambiente de partido. Que las risas tornaron en gritos y la buena música en un compás de balas perdidas que tenían la mala costumbre de encontrar a cuerpos inocentes. Que los proyectos de regalos de navidad se quedaron en meros proyectos que quizás ya, jamás se cumplan, y que espero que a aquellos dos enamorados les dieran tiempo de esconderse, de salir corriendo, o de sortear la pólvora que, sin tener porqué, iba contra ellos.

Ayer no solo se interrumpió una noche de viernes en París. Ayer se interrumpieron sueños y metas. Se interrumpieron años, infancias, madurez y vejez. Se interrumpieron palabras, pestañeos, caricias y miradas. Se interrumpieron, para no volver jamás, vidas. Ayer explotaron en Francia personas inocentes, y quizás algún explosivo. Y lo escribo así porque lo único que importa aquí es lo primero.

Cuesta realmente pensar que una mano, de carne y hueso como las nuestras, como las de las personas que arrebataban la sala de fiestas ayer en París, o como las de las personas que se disponían a cenar en uno de los restaurantes sorprendidos por el tiroteo, fuese la que estuviesen apretando el gatillo de una Kaláshnikov desde el otro lado. Que un cerebro compuesto por lo mismo que el nuestro, hubiese creído lógico matar a iguales por una religión, por un ideal, o por lo que sea. Que hubiese tenido la templanza de sostener aquel fusil entre sus manos, y mientras apretaba el gatillo gritar a los cuatro vientos, casi camuflado por los disparos, "Alahu Akbar" ("Alá es el más grande"). Y que esto no solo lo hubiese hecho una vez, sino reiteradas veces, hasta descargar su arma, y volverla a recargar para volver a gastarla de nuevo, al igual que se gastaba todo lo demás.

No sé a dónde habrán ido a parar todas las cosas que querían hacer y ya no harán las cien personas que se encontraron ya sin vida en Le Bataclan. No sé tampoco qué será de esos últimos pensamientos que dedicarían antes de ver como les quitaban su propia vida delante de sus propios ojos; ojos que ya no volverán a abrirse. Y yo no estuve allí, yo ni los conocía, ni si quiera sé sus nombres. Pero sí sé que son personas, y que quienes les dispararon no lo eran.

Anoche ni una gota de sangre debió salpicar las aceras ni un solo cadáver reposar sobre éstas. Anoche nada de lo que pasó debió haber pasado. Por eso, yo hoy soy París. Y porque mañana, París, puede ser España, Portugal, Grecia,... Occidente. 

domingo, 27 de septiembre de 2015

Llega el invierno y no me importa...

Llega el invierno y no me importa. Dejo que llueve si estoy contigo. Y si un relámpago alumbra  la habitación, si me deja ver tu cara dormida tan solo un instante, querré que siga la tormenta y que no escampe.
Te abrazo porque no sé no abrazarte, y nunca inundes tus ojos. Quiero mirarte a la cara con los ojos cerrados y desnudarte sin tocarte hasta que mi imaginación despierte con tu cuerpo y el mío tan pegados que nadie podría decir que fuésemos dos y no uno.

Nunca he sido tan torpe como cuando quiero no serlo al estar contigo. Y me río de mi si tú te ríes conmigo. Te guardo en pestañas sopladas con un deseo pendiente que siempre se repite y que no te cuento porque quiero que siempre se cumpla. Porque justo somos eso, un siempre encerrado en este instante, libertad compartida a deuda con tus noches, y tú con las mías.
Somos una casualidad y también nuestra suerte. Esto no vino con instrucciones, por eso a veces no supimos cómo hacerlo. Aunque lo importante es que lo hicimos. Lo importante es que ahora tú eres lo importante. Y si me faltas me pierdo, al igual que me pierdo si no estás. Empiezas a guiar mi felicidad y créeme que nunca he dejado que nadie lo hiciese, pero me gustan como tus manos agarran a las mías y me indican el camino. Ese camino que me encanta solo porque es contigo con quien lo estoy recorriendo.

Perdóname si te quiero de forma egoísta, pero creo que contigo no sé querer de otra forma. Al igual que no sé no mirarte cuando estás despeinada y seguir viéndote guapa. Me has enseñado a creer en algo en lo que prometí  dejar de creer, y nunca romper una promesa fue tan bonito. No busco entenderte ni busco que tú me entiendas, busco siempre intentarlo y si no lo consigo no darle más vueltas. Besarte cuando menos lo esperes y susurrarte que te quiero un millón de veces como si con novecientas noventa y nueve mil novecientas noventa y nueve veces no hubiese sido suficiente, y pudieses olvidarte de algo que para mí es tan obvio.

No sé si es medible, si cabe en alguna variable existente todo lo que eres para mí. Ni sé si es posible expresarlo. Quizás las palabras no puedan con esto, quizás haya que inventar otras nuevas u otra forma de decir las cosas. Quizás exagere, aunque seguro que no. Y no soy de los que suelen estar seguros de muchas cosas.
Ahora la felicidad me encuentra fácil en cada roce de piel, en cada rincón de la ciudad que visitamos juntos, en cada noche en la que sobra la almohada porque preferimos apoyarnos en nosotros mismos y romper el reposo de unos latidos que se aceleran si te pienso.

Tengo grabado un "no me faltes nunca" por dentro, y a veces puedes verlo en cualquier ataque tonto de celos, en alguna que otra duda, o en algún miedo que se asoma cuando recuerdo que hasta ahora no sabía lo que era suspirar por alguien cuando no la tengo, o cuando veo esa lista con planes pendientes que aún no hemos hecho, pero que no para de crecer.
Hay veces que pienso que una vida se nos puede llegar a quedar corta. Y quien me iba a decir a mí que algún día alguien me haría pensar en un futuro tan lejano, si yo siempre odié eso de prometer la eternidad a ciertas compañías.

Nunca me prometiste ser diferente, fue al conocerte cuando me di cuenta de que lo eras. Y eso, justo eso, es lo que me hace saber que primero estás tú y luego el resto. Lo que hace que fuera de ti ya no busque porque solo dentro de ti es donde encuentro. Y lo que hace que me pierda y me encuentre en ti, porque hacerlo en otra persona ya no tiene sentido.

miércoles, 5 de agosto de 2015

¿Por qué se nos enfría el café por las mañanas?

Quizás sea por esa estúpida manía de dejar pasar a la rutina más allá del recibidor. La tratamos bien e incluso nos gusta; hasta que aburre. Hasta que el aroma del café recién hecho tropieza al subir por las escaleras, y nunca llega a la planta de arriba.

Los botones desabrochados por inercia han perdido la gracia. Y no me interesan miradas cómplices que también son cómplices con otros ojos.

Lo quiero todo ahora. Lo he querido todo siempre. Pero la rutina no.

Y el problema no es que se enfríe el café por las mañanas. El problema es que cada día el café amanece encima de la mesa, asumiendo que él será nuestra elección hoy. Extinguimos otras opciones. ¿Y Por qué? ¿Por miedo?
Lo desconocido asusta. Y lo que no, si no es bueno, aburre.

No quiero que seas para siempre, lo efímero me tira más. Nos enseña a valorar las cosas, y a apreciar el tiempo. Y si lo efímero se hace eterno, que se haga sin prometer serlo. Que dure para siempre pero siempre creyendo que no durará más que un momento.
Prometerte al tiempo es esclavizarte a él. No nos hagamos presos todavía. Aún creo en la libertad. Y más, si es compartida.

La guillotina nos espera a la vuelta de la esquina y yo me entretengo haciéndote surcos en tu piel con mis dedos. Y mientras avancemos no me grites lo que se avecina, no me expliques el peligro. Porque si la única forma de sobrevivir hoy es quedarnos quietos, prefiero no sobrevivir, y correr a lo que traiga el destino.

Es la única forma de sortear el aburrimiento, el café de por las mañanas, y la inercia de la rutina. Avanzar. Contigo. Sin miedo a que un cambio desequilibre nuestro equilibrio. Porque quizás, a nosotros, nos sienta mejor el desorden.

domingo, 24 de mayo de 2015

Benditos principios

Es mejor no dar protagonismo a los finales, a esos finales que le quitan espacio a los principios. Y benditos principios.
Principios aún sin estructurar que buscan su sitio, como lo hace un flujo de agua por un canal. Y nosotros somos cada gota. Chocando. Hasta evaporarnos y volver a caer. Porque en eso consiste esto, en subidas y bajadas.

Hay despedidas que se guardan para momentos especiales... o quizás los momentos especiales guardan despedidas. El caso es que yo no descorcho un gran reserva tan fácil, y con tu adiós descorché el de la mejor cosecha.
Olía a alcohol en la cocina, la fiesta se encendía y los tragos caían al ritmo del caer de las gotas de lluvia en los cristales. Quién sabe si esa lluvia nos guardaba a nosotros dos. Quién sabe si nuestro camino también se interrumpió contra el cristal. Si morimos en una de esas caídas precipitadas al vacío, después de haber subido tanto, tanto,... hasta las nubes.
Quizás fue vértigo. El problema es que cuando estás tan arriba y no recuerdas que te puedes caer, al hacerlo, duele más.
En la misma habitación donde vi tirada tu ropa por primera vez. En el mismo suelo que recogió nuestra ropa lanzada con ansia, aunque no lo confundas con prisa; más bien era pasión. En ese mismo suelo, acabé yo. Con unas copas de más, y yo echándote de menos.
Miraba mareado como la cama parecía trepar por la ventana, y creí oler tu perfume al echarme sobre ella. Cerré los ojos. Pero inmediatamente los abrí. Todo me daba vueltas.

Me duché para sentirme más vivo, aunque quizás ya estaba muerto, si miraba de nuevo esas otras gotas que eran paradas por la ventana de la ducha.
Yo no quería olvidar así pero nadie me había dado instrucciones. No sabía cómo empezar a hacerlo y bebí como escusa, o como motivo para atreverme a llamar a tu número y decirte todo lo que no me atreví nunca a decir.
Tan equivocado como siempre. Me vestí y me acosté. Era madrugada.
"La luna está tan decepcionada conmigo que ya ni baja a saludarme por las noches", pensé. Por eso aquella noche llovía. Por eso había tantas nubes. No quería verme, y se escondía.
Podía consolarme con el ruido de la tormenta, pero no podía consolarte a ti. Y eso me escocía. Recuerdo cuando me decías que te daban miedo los truenos, el viento. Recuerdo como me giré a ti y te abracé, como protegiéndote de algo de lo que ya nos protegían las paredes. Y el techo. El mismo techo que ahora miraba, con los ojos abiertos, pensándote otra vez.

Crujían los árboles mientras dejé correr al reloj. Y siguió corriendo. Y no paraba. Y pasaron días. Y pasaron meses. Y de repente se volvió a parar.
Con otra mirada tímida. Con otros labios cortados. Con otra voz que no quería dejar de escuchar.
De improvisto, como dicen que salen mejor las cosas, cuando menos lo esperas, alguien nuevo aparece. Y te llena. Poco a poco.
Hasta que vuelves a ver caída su ropa en el suelo. Hasta que vuelve a quitarte la camisa botón a botón hasta dejarte sin nada, sin nada más que ella. Y ella, sin nada más que tú.
Y esta vez las gotas de los cristales no eran lluvia, eran vaho producto de unas ganas incontenibles. Esta vez los recuerdos no dolían porque, aunque andaban quebrados por aquella misma habitación, ya no se escuchaban. Ya no hablaban. Ahora los recuerdos se habían quedado sin voz, porque otra voz sonaba más fuerte. Porque otro principio, había dejado atrás a un nuevo final. Y entonces me di cuenta que aquel adiós sólo fue eso, un final. Y lo que le sigue a los finales siempre son principios. ¡Benditos principios!
Y ya solo puedo pedir una cosa: que esta vez sepamos sortear los cristales.

viernes, 1 de mayo de 2015

"Tengo el corazón en obras"


Me cansé de los cruces de miradas que parecen destinados a volver a cruzarse, pero luego no lo hacen. De esas historias suicidas que tienes que enterrar en litros de tequila después de un tiempo para olvidarlas. De canciones en la radio que te recuerdan a la misma persona que no se acordaría de ti al escucharla. De letras vacías. De casarme con la duda y divorciarme al instante siguiente.
Buscaba algo diferente y me cruzaba con todo lo que resultaba ser igual. Por eso decidí hacer reforma, y desde entonces ando con el corazón en obras. 

Acabas huyendo de lo que te hace ilusión por miedo a desilusionarte. Suena triste, pero lo más triste es que es cierto.
Es cierto que cerramos puertas porque antes nos las cerraron a nosotros. Que hacemos daño porque antes nos lo hicieron a nosotros. Es como un mecanismo de defensa que se activa en cuanto sentimos que la historia puede repetirse, y podemos volver a acabar perdiendo. Aunque solemos pagar nuestras cuentas con quien menos culpa tiene, y así nos va.

Por ello lo de que todos somos un poco masocas, y nos encanta tropezar con la misma piedra ya no una, ni dos, ni tres, sino un número ilimitado de veces. Por ello los sí pero no, los te quiero pero mejor nos damos tiempo, las despedidas que prometen reencontrarse, los reencuentros que ya suenan a una nueva despedida, las "oportunidades"  a regañadientes, y siempre entre comillas, porque eso no son oportunidades.

Al final acabaremos pensando que hasta el silencio nos miente, convenciéndonos de que arriesgarse es exponernos demasiado, y dejaremos de creer en los cruces de miradas. En las historias suicidas. En las canciones de radio. En sus letras. En la duda eterna, que no conoce divorcio y que se pregunta si realmente esconderse es la solución para no acabar preguntándote por qué volviste a tropezar.

Aunque quizás, tropezar sea la única forma de encontrarte. O de encontrarla. O de que te encuentres al encontrarla a ella. 

domingo, 15 de marzo de 2015

No sé si os ha pasado...

Quizás es que sea demasiado exigente... aunque prefiero seguir pensando que aún nadie ha conseguido que dejen de importarme mis exigencias. Que tenga que romper todos esos requisitos porque he encontrado en alguien que no cumple ninguno de ellos, todo lo que buscaba. Por ejemplo, alguien que consiga que me quede aún cuando había prometido irme.
A veces esperamos demasiado a que lleguen ciertas cosas. Otras, por no esperar, perdemos lo que llegaría más tarde. Por eso no sabemos muy bien cuándo, qué y a quién esperar.  Y por eso también, nos equivocamos tanto eligiendo cuándo, qué y con quién hacerlo.
No sé si os ha pasado eso de que os volvéis inconformistas conforme más tenéis. O de que, de repente, te das cuenta de que aún nadie ha conseguido llegar y romper todos esos esquemas que guardamos con un cierto orden dentro de nosotros. Un orden que deseamos romper.
Porque a veces romper con algo nos hace sentirnos libres. Pero la sensación de libertad es más bonita cuando se siente con alguien. Por eso nunca me gustaron las ataduras. Por eso tiendo a dar a elegir y no a exigir. En el momento en que exiges algo a la otra persona, corrompes su propia personalidad. Le arrebatas libertad. Y las cosas más importantes de la vida han de decidirse libremente.
Por eso esperas a que te elijan sin que tú hayas elegido primero. Porque no puede haber algo más delatador que escoger sin saber si también estarían dispuestos a escogerte a ti. Arriesgarte por alguien.
Pero hay que estar muy loco para arriesgarse por alguien. O hay que tenerlo muy claro. y yo últimamente ando casado con la duda. Pero es justo eso lo que me hace darme cuenta de mi inconformismo. Si lo tuviese claro, ya estaría conforme.
Y no sé si os ha pasado que tenéis algo tan claro que lo utilizáis como varilla de medir. Y entonces sabéis lo que queréis cuando lo sentís de esa manera. Pero no encontrar el qué o el quién te haría apostarlo todo a una, te hace plantearte si es posible encontrar eso que buscas, o si pusiste la meta demasiada alta.
Quizás sea verdad eso de que los soñadores morirán solos. Pero me niego a rendirme en mis aspiraciones. Aspiraciones que quizás sean suicidas, pero de algo hay que morir.
Y no temes a la soledad, porque no hay peor sensación que sentirte solo estando acompañado. Paciencia la habrá hasta el momento en que la prisa y el tiempo me recuerde que se van acabando las opciones. Opciones que empiezan a limitarse, y entonces hay que decidirse por ciertos caminos.

Pero mientras tanto sigo andando atento en las esquinas. Por si giré y no te vi. Por si andabas escondida o yo miraba a otra parte. O mejor dejar de buscar. Porque al fin y al cabo, solo buscamos ser encontrados. 

sábado, 7 de febrero de 2015

1977. Mi revolución.

Corría el año de 1977 y bajo mi piel unos diecinueve años rebeldes. Encendí la bengala que estalló en mi mano dejando un rastro de humo rojo, que lejos de ahogarme me hacía sentir más vivo.
Confundieron los códigos aquellos guardias que de repente lanzaron pelotas de goma contra nosotros, jóvenes de universidad que defraudados por el sistema tan solo mostrábamos nuestro descontento de forma pacífica.
Yo corrí con aquella luminaria sujetada con mi mano derecha. Algunos cayeron y fueron pisados por aquellos otros que se hacían llamar "cuerpos de seguridad del Estado", aunque en aquel momento evocaron a todo menos a la seguridad.
Gritaba con todas mis fuerzas aunque con el estruendo no era capaz de escuchar mi propia voz. Recuerdo que seguía tus pasos, no quería perderte de vista, pero no era fácil. El miedo empezó a olerse pronto.
Aparecieron para echarnos, pero cuando estábamos dispuestos a irnos no nos dejaron huir. De repente tropezaste y caíste violentamente contra el suelo.
Frené a pesar de los pasos cercanos de un miembro de la ESMAD y me arrodillé a tu lado tratando de levantarte rápidamente, pero no podías.
Una pelota de goma alcanzó mi rodilla y caí fulminado al lado tuya.
Entonces miré el cielo. Boca arriba y fumigados por bengalas. El humo no me dejaba verte con claridad, pero te cogí la mano.
De repente comenzaste a reír, creo que prisa del pánico, o porque siempre habías estado un poco loca.
Sin embargo y a pesar de que mi rodilla me dolía a rabiar, comencé a reír yo también. El asfalto que soportaba nuestras espaldas no era tan incómodo como pudiese parecer. Y ardía, pero no quemaba.
Era mayo y Madrid, pero aquello podría ser diciembre y Belgrado. A mi me hubiera dado igual, estaba a tu lado.
Tu dedo índice bailaba por la palma de mi mano y respiré hondo, llenando de polvo y ceniza mis pulmones.
Tosí pero seguí riendo, tú tampoco parabas de hacerlo. "¿Por qué nos disparan?" Gritó otro de los manifestados al lado mía, y tú contestaste en mi oído "Disparan porque nos tienen miedo". Aquella frase me sonó a chiste, porque posiblemente no habría en Madrid aquella tarde alguien más asustado que yo, o que tú.
Una pancarta era consumida en el suelo producto de las llamas. Nuestras armas eran las palabras pero las suyas hacían más ruido.
Y entonces alguien te zarandeó desde el suelo. Y te forzaron a ponerte de pie mientras tú dejaste de reír y empezaste a revolverte con vehemencia. Hice un esfuerzo por levantarme, les chillé: "¡cabrones, hijos de puta!" Y me cogieron a mi también.
Me asestaron dos golpes en la cara con una porra. A ti te sujetaron las manos con una brida.
Nos pasearon por aquella calle sumida en el caos hasta un furgón en el que nos montaron junto a otros jóvenes. Tú apoyabas la cabeza en el vidrio y nos pusimos en marcha. Me mirabas a los ojos y yo a ti también, aunque a veces los cerrase para contener el dolor.
Te separaste del resto para rozar mis labios agrieteados con los tuyos más enteros, y me susurrabas al oído que dejase de temblar. Y te prometo que lo intenté.
Antes de bajarnos nos dijeron que éramos la escoria de España. Tú volviste a reír.
Una vez allí nos separaron y no supe más de ti. No volví a escuchar tu risa alocada, ni tu voz inconformista.
Y sí, nos tenían miedo, y por eso dispararon. ¿Y qué hicimos mal? ¿Expresarnos?
La cicatriz del labio todavía me sabe a ti cuando me miro en el espejo, y tus tres lunares alineados en el cuello que te vi cuando intentaste librarte de los que te oprimían los he recordado uniéndolos con una línea invisible en mi cabeza.
Fui de los que siempre creyó en las señales, y la que me dejaron en la rodilla aún me pregunta por ti.
Sin embargo no he vuelto a encender una bengala ni he vuelto a acudir a ninguna otra manifestación.
Tampoco es que hayan cambiado mis ideales, ni me he vuelto un cobarde.
Pero perdona si no entiendo la rebelión sin ti, porque mi revolución es contigo.



viernes, 2 de enero de 2015

Pero resultó ser evitable. Muy evitable.

Me pregunté cien preguntas y no supe responder ninguna, por eso dejé de preguntarme. No es que me hubiese vuelto necio de repente, no es que no supiera (en algunas de ellas) contestar, es que no era necesario hacerlo. Es que no importaban esas preguntas, porque no importaba lo que había tras sus posibles respuestas. Se quemaron cien caminos, y eliminé esas cien preguntas.
Te tuve cerca, y te pude seguir teniendo tan cerca, incluso más. Tu respiración se perdió haciendo el relevo de la mía en cada beso que no nos dimos, que no nos dimos porque ya no había más besos que darnos.
Y tus labios hablaban más de lo que creías, y también tus miradas efímeras a los míos. Pero ya no ibas a acercarte, ni yo tampoco.
"¿No queda nada?" Quizás esa fue una de las preguntas. Pero qué más da, si ya no vale la pena ni pensar en la respuesta.
Nos dimos la vuelta, tú hacia una dirección y yo hacia la opuesta, y no echamos por ninguna de las dos partes un vistazo hacia atrás. No hubo la necesidad de mirarnos por última vez. No creímos que un posible cruce de miradas de última hora nos hiciese frenar en nuestra separación de caminos, ambos cada vez más distantes.
A veces perdíamos tiempo dudando, y a veces nos empeñábamos en hacer que lo que tenía que pasar, pasase un poco más tarde. Retrasando lo inevitable.
Pero creo que nunca pensamos que sí, que era evitable. Que aquel final que le dábamos a ciertas situaciones no tenía que ser siempre el mismo, y que todas esas veces que dijimos de irnos sin despedida (engañándonos al  sí dárnosla) podrían ser reales, e irnos sin despedirnos.
Todos sabemos cómo se las gastan los recuerdos, y el inexplicable mecanismo de echar de menos. Que un día te levantas y todo se vuelven dudas. Que sólo hace falta una canción que por azar suena en un instante coincidiendo contigo, que sólo hace falta el cruce de un perfume en tu camino, o cualquier detalle que tontamente acaba recordándote que ya no está. Es tarde para arrepentirse, y no estoy arrepentido de que ya tú y yo seamos evitables.
Pero si algo dolió fueron esas palabras. Fueron ciertas frases que dichas en determinados momentos parecen tan reales e inquebrantables que se convierten en tu religión, en tu biblia, en lo único que crees de verdad.
Las palabras se rompen, como las promesas se olvidan. Se nos olvida el hecho de que poner la mano en el fuego por algo o alguien implica poder quemarse, pero esa verdad en la que creemos nos tiene tan cegados que olvidamos el riesgo, y no creemos posible que el final nos chamusque los dedos.
Un sí y no debatiéndose tanto tiempo pero sin llegar a ser sí. Sin llegar a ser no.
Aunque ahora ya se ha decidido, nos hemos puesto de acuerdo, aunque haya tenido que ser forzado por nuestros errores. Que por cierto, ¿Por qué errores? No, no, errores no.
Por nuestros actos, y que los juzgue quien quiera, y que los califiquen de buenos o malos que ya da igual.
Y si todo vale como experiencia, ésta habrá sido una más. Qué nos gusta empeñarnos en que algo tiene que funcionar solo porque nosotros estamos seguros de que así tiene que ser. Dejemos de engañarnos. Y yo dejo de escribir.

Si alguna vez nos volvemos a ver, que nos volveremos a ver, espero poder decir con orgullo y para mí: Qué fácil fue evitarte esta vez.