Buenas, me llamo Lucas, y os voy a contar mi historia con Lina, la mejor
persona que he tenido en mi vida, y que podré tener.
Os cuento brevemente como nos conocimos.
Fue cuando me cambié de Universidad. Al llegar pues yo era
nuevo allí y no conocía a nadie. Fui objeto de algunas bromas por los más
graciosillos pero se dieron cuenta enseguida que yo no era el típico pardillo
al que le debían de hacer bromas; eso lo captaron rápido. Al mes ya empecé a
relacionarme más con los allí presentes, e incluso empecé a considerar
realmente como amigos a algunos. Yo me alojaba en un pequeño piso cercano a la
universidad, no tenía más de sesenta y cinco metros cuadrados pero para hacer
algún experimento en la cocina, dormir y estudiar no necesitaba más. Durante
aquel año lo pasé bien, un poco agobiado y la tensión natural de los exámenes
pero no estuvo mal, y al finalizar el curso, se organizó una fiesta para todos
los alumnos de la universidad. Se trataba de la típica cena de despedida y para los que les gustara más la marcha había una fiesta en la playa que
duraría toda la noche, hasta el amanecer. Y bueno, aquí es cuando conocí a
Lina.
Llegué con unos amigos sobre la medianoche. Nada más llegar
ya empezamos a tomar las primeras copas, primeras risas, bromas,… Hice un
intento de bailar con los colegas pero aquello no se le podía llamar bailar,
más bien era dar saltos y chillar a la vez que cantábamos el trozo de letra de
la canción que nos sabíamos. A las dos horas, con las copas justas como para
estar ya contento y cansado de pegar botes como un crío, decidí sentarme sólo
en la arena, y entonces la vi. En aquel instante tan sólo era una silueta, una
sombra cerca de la orilla que jugaba con pasarse la arena de una mano a otra.
Me sentí intrigado y quizás por el efecto de las copas de antes decidí
acercarme. La saludé con un risueño “Qué tal” y ella me respondió con un seco Hola. Me senté a su lado y le
pregunté que por qué estaba allí, tan apartada del resto. Me comentó que no le
hacía mucha gracia lo que había visto en lo que iba de noche y prefirió bajarse a estar sola. Hice
como el que la escuchaba y le empecé a preguntar cosas que ahora mismo ni me
acuerdo cuáles eran. Sólo sé que pasó una hora y yo seguía hablando allí con
ella. Cuando nos levantamos y subimos con todo el jaleo y las luces de la
fiesta, pude comprobar que aquella chica era una de las más bonitas que había
visto jamás, quizás no era la típica tía
de revista, pero tenía unos ojos impresionantes, bonitos rasgos en la cara y
cuando sonreía por alguna de mis tontería producidas por el alcohol era
increíble. Me pasé el resto de la noche con ella. Me dijo que se llamaba Lina,
que estudiaba periodismo y que estaba en cuarto de carrera. Que vivía en un
pequeño pueblo de Valencia y que le encantaba la buena música. Si me dijo más
cosas, no las recuerdo. Al entrar el amanecer nos fuimos de allí y nos sentamos
en una pequeña terraza con bonitas vistas que había no muy cerca de allí.
Desayunamos algo y nos echamos unas risas. Le propuse llevarla en coche hasta
su casa pero se negó. No fue hasta que llegué a mi pequeño y cutre piso, donde
me di cuenta que esa chica era especial. Busqué desesperadamente en mi móvil a
ver si por alguna casualidad, en mi punto de más borrachera había conseguido su
teléfono móvil, pero no lo encontré. Aún así, después de rastrear el móvil por
completo, entré en el apartado de notas, y había una de la fecha de la fiesta y
con la hora cerrada a las 5 de la mañana. La abrí y leí lo siguiente.
“Ahora mismo estás tumbado en la arena y revolcándote mientras
dices hacer la cucaracha con dos chicos que a juzgar por las pintas llevan más copas
que tú. No sé cuantas veces me has pedido el móvil ya, pero entiende que no te
lo de, te acabo de conocer. No obstante, me has caído bien, bastante bien, y la
verdad es que me has alegrado la noche, así que te voy a dar una pista. Lina
Alcázar, Residencia universitaria Alfonso I.”
Y tras esto me encontré sonriendo tras la pantalla como un
completo idiota.
Al día siguiente fui a dicha residencia y no tardé en
encontrarla. Me invito a su habitación y no dudé en aceptar la invitación. Subí
con ella y me senté en un sofá algo anticuado. Ella iba vestida de andar por
casa como se dice, pero a mi me pareció incluso más guapa que hacía dos noches,
en la fiesta. Tuvimos una conversación muy amena y bromeamos muchos sobre
acontecimientos de la fiesta y la nota del móvil. Después de dos horas allí
metido ni me pensé dos veces en irme sin sacar de allí algo; y sí, la invité a
cenar. A lo antiguo, pero funcionó. La noche siguiente fui con mi mejor gala y
embadurnado de colonia a buscarla en mi pequeño Ford Fiesta. No era un
Mercedes, pero andaba.
Llegué hasta su puerta y allí me estaba esperando. Con un
bonito vestido y una sonrisa que me ganó por completo me recibió. Me bajé del coche,
le di dos besos y me recriminó el fuerte olor a colonia. Me sonrojé pero no dije
nada. La llevé a un restaurante convencional, los ahorros no estaban para otra
cosa, pero dio igual, la cena estuvo genial por el simple hecho de que ella era
mi compañía. Risas, conversación interesante, hablamos del pasado de cada uno,
de las aspiraciones, y también, del amor. Ella como yo no había tenido mucha
suerte en este tema. Yo era más de ligues cortos en bares mientras ella había tenido
relaciones más serias y duraderas, pero todas con final triste. Al acabar la
velada, la llevé a un mirador con unas vistas increíble, “secreto de la casa”
le dije. Y aquí, señores, tras otra intensa sesión de palabras, fue cuando en
un vaivén de indirectas me lancé y la besé. Algo atrevido por mi parte,
descarado, la conocía de muy poco pero había sido tan intensos y mágicos los
ratos que había pasado con ella que no pude resistirme, y ella, no me quitó el
gusto. Nos enlazamos en un beso que para mi, fue el más bonito y especial que
he tenido nunca. Tras eso nos dimos un paseo abrazados y sobre las tres, la
llevé de vuelta a su residencia. Un último beso de despedida y un “espero verte
mañana” fue mi adiós, mi adiós hasta el día siguiente, que la volví a ver. Aquí
empezó nuestra historia. Para no aburrir, voy a saltarme muchos momentos.
Pasaron cinco años. Sí, cinco años a su lado. Los más
felices de mi vida. Cinco años de grandes momentos, locuras, viajes, noches
inolvidables y besos de todos los colores.
Pero aquí empieza el otro lado de la historia.
Un frío día de invierno, tras dejarla en el médico, fui a
tomarme un café con unos amigos. Últimamente le hacían muchas pruebas porque
decía que se sentía cansada, con naúseas, sin ganas de nada. Comía poco y si no
fuera por las escasas sonrisas que conseguía arrebatarle no la veía reír en todo
el día. Eran pruebas convencionales, los médicos se lo achacaban al estrés, a
quizás un virus tonto, cuestión de una semana con alguna pastilla y poco más.
Pero aquel día, cuando la fui a recoger ella estaba aún más triste de lo
normal. Y no tardó en derrumbarse. Le habían detectado un cáncer de hígado,
pero no sólo esa frase me hizo sentir un escalofrío desde los pies a la cabeza,
fue lo siguiente que me dijo. “Dicen que es irreversible y terminal, que dos años
con suerte, y con tratamientos diarios…” Esto, antes de que rompiera a llorar.
La abracé y aunque lo intenté, no pude aguantarme las lágrimas y ese
incómodo nudo en la garganta.
Fueron días intensos en el hospital, buscando una solución a
algo que ya no parecía tenerla. Dedicamos un año entero en viajar para
intentar buscar soluciones en otros lugares, otros médicos, otros hospitales…
Pero nada. Ni una operación a vida o muerte, no conseguimos nada. La esperanza
murió el día que volvimos de Roma. La séptima capital del séptimo país al que
habíamos pedido ayuda a sus expertos. Nada.
Me gasté todos mis ahorros en los viajes y en los
tratamientos. Su familia también pusieron de su parte, claro.
Pero un día, me desperté, me desperté y la miré. Estaba durmiendo como una
niña a mi lado. Su rostro estaba cambiado. La enfermedad y su estado
psicológico estaban haciendo que ella envejeciera por momentos. Aún así la vi
igual de bonita que aquel día en aquella fiesta de despedida, o cuando fui a
verla a su habitación a la residencia universitaria. Era tan bonita… Que el hecho de pensar que no podría volver a verla, a tenerla conmigo, a despertarme
sin sentir su respiración me hizo gemir y lloriquear como un niño que ha
perdido su peluche de dormir, ese que siempre está con él a todo momento, que
lo escucha, que lo acompaña…
Después decidí que si por desgracia, tan sólo le quedaban
unos meses de vida, unos meses con ella, tendría que hacer que fueran los
mejores de su vida, y que acabase con una sonrisa, y no comiéndose la cabeza
hasta no poder más en una cama de un hospital cualquiera. Así que lo decidí.
Aquí comencé mi segunda etapa con ella, mi segunda vida a su lado. Los primeros
días seguía reacia a reírse de mis bromas, que me costaba hacerlas porque yo
realmente no encontraba esa chispa graciosa que siempre me había caracterizado,
y es que eso de que podría perderla me asustaba, me asustaba mucho. ¿Pero
sabéis qué? Que lo conseguí. Conseguí sacarle siempre una sonrisa, y su propia
sonrisa era la que me hacía reír a mi también. Grabamos infinidad de vídeos
haciendo tonterías, fotos, millones de fotos en todos los lugares y de todos
los tipos. Vimos películas, la llevé de viaje, y en nueve meses, no hablamos ni
una sola vez de su enfermedad. La obviamos por completo, es más, creo que hasta
llegué a olvidar que le quedaban pocos días a mi lado. Se me olvidó, e incluso
creo que a ella también. Fuimos felices, salvo todo pronóstico lo conseguimos. Cuantos
momentos más tuvimos, y uno superaba al otro, su mirada triste cambió, su sonrisa
volvió, cambió las lágrimas por la ilusión del mañana. No pensábamos más lejos
que del minuto exacto que estábamos viviendo. Segundo a segundo, aprovechando
cada calada de vida que teníamos, y digo teníamos, porque si ella se iba, yo
moría a la misma vez. Definimos la palabra felicidad con cada uno de nuestros
días, y quien me lo iba a decir, que en aquella situación, nos compramos
nuestra primera casa, y vivimos eso que un día soñamos vivir.
A pesar de todo esto, yo notaba que se consumía, muy lentamente,
como la cera de una vela, iba cayendo... Un día, ya cercano a su
hospitalización, un amigo nos invitó a ir a un pequeño lugar. Le llamaban el
túnel de la magia, porque, según él, si pasábas debajo de él, y apoyabas tus
manos en sus paredes mientras lo ibas recorriendo, todos los deseos que te
dieran tiempo a pedir se cumplirían. Sólo se podía pasar una vez, ya que sólo
funcionaba con los primeros deseos que pidieses, y escasamente tenía de
longitud tres metros. Yo decidí que era un buen sitio para finalizar aquella
segunda etapa en nuestra vida, y sin pensarlo la llevé por sorpresa. Le
expliqué en qué consistía y entré con ella. Le dije que yo no pediría nada,
pues me bastaba con qué lo pidiese ella, y así fue. Entró en el pequeño túnel.
Los primeros pasos los recorrió sin colocar su mano sobre las paredes. Le
recordé, que si quería pedir los deseos, la tradición decía que debía de ir
tocando con la mano la bonita pared de aquel agujero decorado. Ella asintió y
me esbozó una sonrisa, su sonrisa. Continúo andando sin apoyar ni un solo dedo
sobre la pared, y justo cuando le quedaban cuatro pasos para salir, los apoyó,
cerró los ojos, y tras andar esos últimos pasos salió del túnel. Me quedé
extrañado, pues no le había dado tiempo a pedir mucho, vamos, dudaba que
escasamente un deseo, pero no quise decirle nada. A la semana tuvieron que
hospitalizarla, y en cuestión de días ella empeoró. No me separé de ella en
todos esos días, dormía allí y la acompañé en todo momento, buscando que no se
sintiera sola en sus últimos días. Creó que lloré yo más que ella, me convertí
en un llorica, pero delante de ella siempre mantenía mi sonrisa, que conseguía
contagiarle a ella. Así que, de esta manera, llegó la temida y por desgracia,
esperada noche. Sería de madrugada cuando sus constantes vitales empezaron a
bajar y los médicos dejaron de sedarla. Le dejaron de suministrar los medicamentos y como me
dijo el doctor, mejor dejarla que se vaya tranquila a la eternidad. Fueron
palabras bonitas que me hicieron sentir ese jodido nudo que me envolvía cada
vez que pensaba que ella, Lina, mi niña, estaba a punta de irse de mi lado.
Entré en la habitación y allí mantuve mis últimas palabras con ella, ya absento
de toda esperanza, de toda recuperación, de que podría salir de esto como siempre
le dije que podría hacerlo. Me sentí un mentiroso por prometerle que
conseguiría salir de ese estúpido cáncer, que en aquellos momentos estaba
pudiendo con ella.
- Lina…
- ¿Te lo han dicho ya? Qué de esta noche no paso, ¿no?
Me miró con esa mirada que se clavó en mi corazón y me hizo temblar la voz.
-
No digas eso cariño, tienes que ser fuerte, como en
todo este tiempo.
-
Ya no me quedan fuerzas Lucas, y tampoco me apetece
seguir luchando. El destino ha querido que este sea mi final y no me puedo
quejar, porque mis últimos días aquí han sido los más maravillosos que he
podido vivir, y todos contigo. Gracias…
-
Gracias a ti, pequeña…
Le acaricié la cara mientras sentía unas ganas de abrazarla
y llevármela lejos, a ser felices juntos, sin ningún temor.
-
Cada persona envejece a una edad, a mi me ha tocado
demasiado pronto, pero he vivido todo lo que podría haber deseado vivir.
-
Me alegro, de verdad, me alegro muchísimo.
El puñetero aparato que marcaba los latidos de su corazón
empezó a alertar de que su corazón, se estaba apagando. El médico entró en la
sala rápidamente pero ella se empeñó en que nos dejara a solas. Él asintió,
sabiendo ya del final que tendría todo aquello.
Y aquella noche, antes de que como dijo el médico minutos
atrás, ella marchará hacia la eternidad, le quise preguntar algo que llevaba en
mi cabeza las últimas semanas.
- ¿Cuál fue el deseo que pediste?
- ¿Cómo?
- Sí, el día que te llevé a aquel “túnel de la magia”. ¿Qué
pediste?
- Si te lo digo, no se cumplirá.
Sonrió y continúo hablando.
-
Aunque supongo que ya, te lo puedo decir…
Le respondí con una sonrisa porque no me salieron las
palabras.
-
Pedí pasar mis últimos días, y mi último momento de
vida contigo, y es cierto, es cierto eso que dicen de que se cumplen.
-
Pero,… Entonces, ¿no pediste curarte? ¡¿Por qué?!
-
Porque una vez dijimos que todo lo que viniese en
nuestras vidas, lo pasaríamos juntos, y si la vida se acaba hoy, esta noche,
que sea como dijimos juntos. Curarme ya no era cuestión de un deseo, no quería
arriesgarme a desperdiciar algo tan mágico en pedir algo imposible. Prefería
pedir esto, y te aseguro, que no me arrepiento.
Me agarró la mano mientras su voz se apagó. Sentí un
escalofrío al notar su suave piel en contacto de la mía, y llamé rápidamente al
médico mientras rezaba todo lo que sabía para que no se fuera para siempre.
Sí, esta es la parte triste, o así lo parece.
Tras aquella noche, ella no se fue, es más, no se ha ido. Me
acompaña ahora mismo, está aquí conmigo, y hasta el día de hoy y desde aquel
otro, me ha estado a acompañando, a mi lado, juntos, como dijimos. Es cierto
que ella no pidió curarse, pero yo sí lo hice por ella.
Os dejo de contar la historia, porque la estoy viendo que se
acaba de poner ese conjunto que le queda tan bien, y acaba de entrar en el
cuarto, creo que tenemos algo pendiente así que, os dejo. Los deseos como los sueños, sí se pueden hacer
realidad.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Esto acaba como quieras...
Y se cumplió. "A veces, la eternidad puede esperar" me susurró el médico tras aquella recuperación que experimentó Lina, en cuestión de semanas, tras aquella noche frenética en el que estuvo a punto de coger ese billete de ida al cielo.